FUERTE DE SAN FERNANDO

EL CENTINELA QUE NUNCA ENTRÓ EN COMBATE

Era la pieza maestra del cerrojo defensivo en Bocachica. Hoy sigue en pie y bien mantenido, en general, pero busca una vocación que incluya más a la comunidad, solucione problemas atrasados y lo convierta en un referente. Todo al tiempo.

En la edición pasada repasamos su historia colonial. Fue entregado en octubre de 1759. Sus cincuenta y dos cañones, junto a la capacidad de fuego combinada con el San José, el Santa Bárbara y la batería del Ángel San Rafael, hizo de aquella entrada a la bahía de Cartagena un temible candado para cualquier enemigo.

Sin embargo, el temido ataque nunca ocurrió. Aquellas fueron las décadas de las independencias de los países latinoamericanos y de una reconfiguración de la geopolítica mundial. Los piratas y corsarios quedaban en otra página de la historia.

Una muestra de ello es que en un detallado plano de 1795 un sector de Bocachica, que calza más o menos con parte del poblado actual, se había loteado para casas de familia. Que hubiera civiles viviendo en cercanías de una fortaleza militar representa un buen indicio de aquel cambio de época.

Tras la Independencia, Cartagena se quedó sin el respaldo de la Corona y con una enemistad de siglos con la capital, que miraba de soslayo para estos lados. Ya no se consideraba vital enviarle cuantiosos recursos para mantener la defensa de la Nueva Granada. Los retos eran otros. Además había perdido muchos de sus líderes civiles, económicos y políticos durante la feroz retoma del español Pablo Morillo en 1815

Así se dieron las condiciones para el declive que vivió la ciudad durante casi todo el siglo XIX. Y si aún en este siglo XXI Bocachica mantiene problemas de lejanía y pobreza respecto de la gran ciudad, es fácil imaginar cómo estaban las cosas por aquella época. 

De su papel protagónico en la bahía, Bocachica pasó a ser una periferia cubierta por un relativo olvido. Entre tanto la población afro -que es su seña de identidad y la fuerza social y cultural de toda la isla- se mantuvo allí creando su propio mundo. Había llegado para levantar las fortificaciones y se mantuvo a su amparo. Hasta hace pocos años la tierra de la isla les daba para la comida cotidiana y el mar, abundante pesca. Se sabe que algo de contrabando se movía, como en todo el litoral y de un comercio local con Cartagena. Luego, en los años 70, llegó el boom del turismo que decayó pocas décadas después.

Mientras tanto, el gigante de San Fernando seguía dormido. 

Un gigante bien hecho

El arquitecto cartagenero David Brenon es hoy el principal responsable en el terreno del cuidado del San Fernando, como funcionario de la Escuela Taller de Cartagena de Indias a cargo de las fortificaciones en la bahía. Bajo su mando trabajan maestros y aprendices de la Escuela Taller haciendo el mantenimiento necesario.

Con él nos bajamos de la lancha en el muelle principal y caminamos hasta el fuerte. Aquí y allá lo saludan distintos vecinos con cariño. Casi sin darnos cuenta pasamos de los kioskos de turismo a los terrenos propios de San Fernando.

Estamos en el glacis, una pendiente muy suave y despejada justo antes del fuerte. El San Fernando emerge al fondo y parece que su cima estuviera al alcance de una escalera pequeña, incluso de un hombre trepado sobre los hombros de otros. 

Esa confusión visual era exactamente la intención de su diseño: una vez recorrido el glacis nos topamos con el foso que protege el volumen completo del San Fernando, que ahora sí parece temible en toda su magnitud, con todos los ángulos de tiro limpios para quien asomara la cabeza por allí. 

David nos habla con entusiasmo de la manera como el San Fernando se adaptó al territorio y a la función militar que debía cumplir. Algo contrario le pasó al San Luis, su antecesor, unos metros más hacia la zona que da al mar abierto. Aquel fue formulado según la ortodoxia de la época, sin considerar demasiado las condiciones locales. ¿El resultado? Fue tomado en 1697 por las fuerzas del barón de Pointis y desmontado luego, dada su escasa utilidad, por las propias autoridades españolas.

En cambio el San Fernando -nos explica David- sí que estaba diseñado de acuerdo a la forma del terreno, abrazando una curva natural que le daba visibilidad y alcance de fuego en un semicírculo amplio, apoyado por el San José, el Santa Bárbara y la batería del Angel. El detallado estudio de los vientos locales, las corrientes del mar y la navegabilidad completaron la eficiencia de ese aparato defensivo que disuadía a cualquier advenedizo.

Primero se construyó el semicírculo que destaca a simple vista y en cuyo centro está la hermosa plaza de Armas. Luego se le adicionaron a lado y lado el baluarte del Rey y el baluarte de la Reina. Alrededor de la plaza de Armas hay una serie regular de bóvedas para el alojamiento de tropa, la capilla, almacenaje y demás necesidades. El glacis esconde debajo suyo una serie de pasadizos interconectados que permitían sorprender a los eventuales invasores desde otros ángulos de tiro. 

Es, en general, una maravilla de ingeniería militar que vale la pena visitar con tiempo. En complejidad arquitectónica solamente lo supera el castillo de San Felipe.

Mantener y preservar

El mantenimiento de una estructura militar tan compleja, junto con las demás de Tierrabomba y la bahía, es un tema delicado en lo técnico y usualmente muy costoso. El reto se agranda al pensar que la tarea es mucho más que mantener o reparar lo que se ha averiado, sino que también hay que actuar en temas de fondo.

Según un comodato con el Ministerio de Cultura, Fortificaciones de Cartagena es la dependencia de la Escuela Taller responsable de “velar por la protección, conservación, restauración, puesta en valor, difusión y generación de apropiación social” de estos Bienes de Interés Cultural. 

Y todo ello requiere de un exigente nivel de articulación con las comunidades, los gobiernos, los actores públicos y privados, los medios de comunicación y redes sociales. Para ilustrar mencionemos sólo dos temas, cada uno un gran reto en sí mismo.

La relación de este gigante con el agua de mar es una batalla de todos los días y de cada minuto: las olas de los grandes buques afectan a una estructura que fue diseñada para olas de navíos mucho más pequeños; el foso se ha llenado de sedimentos que forman una gruesa capa que por más que se retire -y eso requiere máquinas y un operativo de semanas- vuelven a acumularse; la humedad salina sube por las paredes borrando los vestigios coloniales y si no se limpia forma estalactitas y estalagmitas, que a su vez causan más estragos. El calentamiento global aquí se expresa de manera muy visible.

Otro tema complejo: la relación con la comunidad, que tiene derecho y necesidad de servirse del turismo para derivar el sustento a partir de las riquezas culturales y naturales de su territorio. Pero eso implica que las enramadas y los kioskos se arriman cada vez más riesgosamente junto al San Fernando. A falta de acueducto, que es una necesidad prioritaria, la comunidad usa el aljibe colonial para servirse del agua lluvia, pero utiliza poco o nada la plaza de Armas para su vida cultural. 

Es decir: el tema de la fortificación con la comunidad es algo que requiere nuevos abordajes. A nivel global en las últimas décadas se ha pasado de una admiración por las construcciones y obras materiales-bien merecida, en todo caso- a valorar mucho más el patrimonio humano, social y cultural que ellas generaron. Ahora se piensa que el camino no es solo proteger lo material sino, al mismo tiempo, proteger las comunidades y su cultura asociada. 

Y, por supuesto, hay mucho más temas: en las bóvedas crece un tipo de murciélago, que tienen en discusión a ambientalistas y restauradores, pues su excremento empeora los daños pero también hay que protegerlo como especie amenazada de extinción; en los muros hay pinturas, inscripciones y ‘grafitis’ de época que pueden perderse; el tránsito y calado de los buques sigue en aumento. Y así. 

Salvo la reconstrucción de una batería lateral, en el último medio siglo -quizás en el siglo entero- el fuerte de San Fernando no ha tenido grandes intervenciones. Las realizadas han sido muy puntuales: la reconstrucción del puente de acceso por tierra o unas obras de mantenimiento en el interior de las bóvedas que tenían unas manchas enormes de humedad. 

Ante un escenario complejo como este no hay soluciones mágicas ni inmediatas. Pero sí la necesidad de un marco que ayude a conciliarlas y resolverlas a lo largo del tiempo. Esa es una de las razones más importantes para el empuje que se le está dando al Plan Especial de Manejo y Protección del Paisaje Cultural y Fortificado de la Bahía de Cartagena (PEMP Fort. Bahía).

El PEMP Fort. Bahía debe ser la herramienta legal que asigna tareas, responsabilidades y manejo de estos temas que incumben no solo al San Fernando. Esas tareas estuvieron en distintas manos a lo largo de la historia: la incipiente marina naval en tiempos de la naciente república; el antiguo Instituto Nacional de Vías, Invias; la Sociedad de Mejoras Públicas, para mencionar algunas. Una herramienta así articula todos los esfuerzos hacia adelante y les pone un norte.

Despierta el centinela

Claudia Rosales es la arquitecta restauradora que estuvo a cargo del tema arquitectónico en el diagnóstico que se hizo recientemente para el PEMP Fort. Bahía. Ha estudiado a fondo todos estos bienes patrimoniales, tanto en documentos como en terreno.

“El fuerte de San Fernando es una estructura magnífica por su emplazamiento y por lo dominante en su territorio, por la misma conformación arquitectónica de la estructura, su planta de herradura, las baterías colaterales, el glacis que aún existe y aún no ha sido tragado por el urbanismo sin control que hay en la isla en este momento”, describe en primer lugar.

Luego destaca “los dos grandes aljibes, enormes y hermosos, que son una construcción de bastante envergadura para la reserva de agua de entonces. Todavía están en pie y reciben agua, pero no la albergan en óptimas condiciones”.

“Hay un elemento fascinante que la gente no conoce y son los servicios sanitarios de la época, tan necesarios por la cantidad de tropa; hoy no estaríamos de acuerdo con su funcionamiento porque las heces iban al mar, pero sí que había una ingeniería magistral para resolver un punto tan básico de la cotidianidad”. 

Claudia resalta que en los estudios respectivos, liderados por el arquitecto Alberto Herrera, “se hizo el ejercicio fotográfico de registrar todas las capas y los niveles que se iban explorando y todo encaja perfectamente, lo que quiere decir que se trata de una construcción bastante similar a la planimetría y los registros históricos que tenemos”. 

Ella sueña con que San Fernando pueda tener una nueva vida, en la que la comunidad se apropie mucho más de él y sea una socia principal en su preservación y puesta en valor. Piensa, por ejemplo, en que la plaza de Armas se adecúe para albergar la tradición festiva y de danzas de la isla, como el Cabildo de Bocachica. O que los artesanos locales y las vendedoras de cocadas puedan tener un espacio organizado allí, como ocurre en el Portal de los Dulces, en el Centro de Cartagena. O en un corredor cultural como uno propuesto desde la Escuela Taller.

El flujo turístico hacia el San Fernando hoy es relativamente bajo. El equilibrio en ese flujo es difícil. Por una parte es bueno que lo haya porque genera recursos y atención para mantener y reparar. Pero si es demasiado, complica las cosas, y si es poco o nulo, también. Ahí está justo al frente el San José, al que no va prácticamente nadie, con lo cual se pierde esa dinámica diaria que permite una atención constante sobre lo que debe ser reparado.

“Si antes el San José y San Fernando custodiaban militarmente esta entrada, hoy deberían invitarnos a disfrutar de la ciudad. Antes los viajantes se sentían seguros entrando a la ciudad custodiada por estas dos estructuras; ahora me imagino llegando de noche en un crucero a la expectativa de qué me voy a encontrar en la mítica Cartagena de Indias y que lo que me reciba en el horizonte sean esas dos estructuras iluminadas. Sería bellísimo y para mí es como una esperanza de lo que puede ser posible”.

Cronología

1697

Las fuerzas francesas del barón de Pointis destruyen al fuerte de San Luis, antecesor del San Fernando.

1741

El ataque de Vernon arruina muchas defensas de la ciudad. Se hace necesario reorganizar la defensa, incluida Bocachica.

1742 

Llegan a Cartagena los ingenieros militares Juan Bautista Mac Evan y Antonio de Arévalo, personajes clave en la nueva estructura defensiva.

1749

Comienza una disputa entre Mac Evan y el gobernador Ignacio Sala, gran ingeniero militar, sobre cómo defender Bocachica.

1752

La Corona se decanta por la propuesta de Mac Ewan, que resultó en el actual San Fernando.

1753

El 12 de marzo comienza la construcción del fuerte, bajo el mando del capitán Antonio de Arévalo y con algunas modificaciones propuestas por el recién nombrado ingeniero director, Lorenzo de Solis. 

1759

En octubre es entregado formalmente para su uso.

1760

Se acometen unas mejoras ideadas por Arévalo mediante un complejo de galerías, contraminas y fogatas para producir voladuras controladas en caso de ataque terrestre.

Comienzos siglo XIX

Fue el presidio de algunos próceres de la Independencia. 

Para saber más:

La cronología está basada en la página web de Fortificaciones de Cartagena, que tiene valiosa información sobre el sistema defensivo colonial.

www. https://fortificacionescartagena.com.co

La foto cenital del fuerte fue cedida por el archivo de la Escuela Taller.
Aunque en el artículo están señaladas las fuentes respectivas, quien quiera ahondar en estos temas puede consultar la recién reeditada Cartagena de Indias. La Ciudad y sus monumentos. Enrique Marco Dorta. Publicado en 2021 por Fortificaciones Cartagena de Indias en edición facsimilar de la de 1951. 

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La Barulera

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