ARARCA UN PUEBLO ECHAO PA´LANTE

La historia de Ararca aún está fresca y en pleno avance; todavía se guarda la memoria viva de cuando apenas era un puñado de casas y mucho potrero. En lo corrido de este siglo se le ha notado el desarrollo, aunque falta mucho por hacer pero para eso tiene una comunidad fuerte y determinada.

A partir de sus relatos de vida, seis ararqueros de tres generaciones nos guiarán por la historia de crecimiento de esta población de la isla de Barú, que se ha ganado un espacio propio. 

Sixta Marrugo Hernández

Aunque ya estaba anunciada, nuestra visita la sorprendió en las labores del almuerzo. Nos atendió en el patio, al lado del fogón donde estaba haciendo el arroz con coco del día, el auténtico que se come en las casas y que no se parece mucho al que se venden en los restaurantes de la ciudad. Y que tampoco tienen el amor con el que ella lo prepara.

Sixta es nacida y criada en Ararca. “Mis padres se llamaban Inocencia Hernández y Luis Carlos Marrugo. Cuando mi mamá murió yo tenía tres años y mi papá le dijo a mi abuelita –Bueno, quédese con los que no sirven, que yo me llevo a los que sirven–”. 

“Así me crié con mis abuelos maternos, Tulia Villero y José de la Hoz Hernández, con mi hermano y mis tíos. Mis abuelos vivieron en Cocó, una islita cercana, pero Ararca era más fértil para la cosecha y se venían en burro a sembrar. Vivían de la pesca, la agricultura y del carbón. Con su molinito, molían el maíz y hacían bollos bien sabrosos; ordeñaban la vaca, hacíamos café de leche y al que no le gustaba le echaban los bollitos calientes adentro. Mi abuela compraba pescados, los fritaba y yo los vendía en la calle”.

“Cuando yo era niña las casas eran de palma, bahareque y boñiga de vaca, pero tenían un patio inmenso. No nos preocupábamos por no tener pollo o  ‘liga’ para el almuerzo; simplemente cogíamos un pescadito, lo abríamos, lo salábamos y lo poníamos al sol, así lo conservábamos porque no teníamos nevera y tampoco se usaba el hielo”. 

En aquella época, narra Sixta, el pueblo ya estaba parcelado. “Estudié hasta cuarto de primaria porque no había más cursos. Los demás alumnos me pedían que les explicara cuando no entendían. Fui muy popular por eso: era pequeñita, pero tenía sabiduría. En la plaza, que estaba cerca al colegio, nos reuníamos para hacer comedias y solo usábamos uniforme para vernos elegantes el último día, mientras tanto íbamos a clase todos los días con los mismos trapitos”. 

“Me dediqué a ayudar a mi abuela y a los quehaceres de la casa. Luego me enamoré de Capernan Morales, con carticas y papelitos. Imagínese que teníamos tanto cuidado que yo decía que no podía conseguir marido a tan poca edad, tuve novio hasta los dieciséis pero solo me casé con él hasta tener una edad perteneciente, a los dieciocho, porque decían que las niñas ni de quince ni dieciséis años podían andar buscando marido. Ni siquiera nos besábamos, para eso teníamos que esperar al matrimonio”. 

“Con Capernan nos casamos por la iglesia. Él se dedicaba a la roza* en el campo y a hacer hornos. Llevamos más de 50 años juntos. Tuvimos cuatro hijos, tres mujeres y un varón quien falleció cuando un cable de luz le cayó encima, tenía 28 años”.  

Mientras hablamos con Sixta aparece de pronto Capernan, un hombre de buena complexión y aún mejor actitud, que no aparenta los más de setenta años que debe tener, según el relato de Sixta.

Antes el baile lo hacían en una corraleja de palos y acá tocaba llegar a pie porque no había carretera; no había playa para bañarse, hacíamos casitas de palito para jugar, así como las casas de muñecas. Hoy el pueblo ha mejorado. Ahora hay transporte, las fiestas tienen sus casetas modernas con aire acondicionado; el colegio llega hasta bachillerato. Algo que extraño de mi infancia, es recibir las invitaciones a las fiestas directamente en la casa, ahora solo se usan avisos”.

“De la infancia aún tengo bastantes amigas como Gregoria Villero, Estela Pájaro, Georgina Arévalo y Marisa Villero. He vivido una vida feliz, gracias a Dios, porque no he tenido problemas con mi familia; el único día triste ha sido cuando perdí a mi hijo. Mi familia sigue viviendo en Ararca y ya perdí la cuenta de mis nietos y bisnietos”.

*Roza o rozar: palabra castiza que designa las labores de limpiar el campo para sembrarlo. En nuestra región se usa para la actividad completa hasta la cosecha.

Lácides Morales Guerrero

Con Lácides hablamos en la terraza de la casa de una de sus hijas. A sus ochenta y tres años mantiene una voz firme y una presencia de hombre activo, aunque nos dice que le gusta pasar tranquilo entre su casa y las de sus hijos.

“Soy ararquero; nací, me bauticé, me crié y me casé aquí. Actualmente soy una de las personas mayores del pueblo, solo mi hermano es mayor que yo, tiene ochenta y seis años, pero ya no está en sus capacidades”. Los hermanos por parte de papá, el bocachiquero Abraham Morales Hernández, fueron veintitrés, pero con diferentes madres. De hecho la mayor de todos tiene 92 años y vive en Cartagena. Lácides fue el tercero de su mamá, Surilda Guerrero Escudero, de Ararca, que tuvo trece hijos.

En ese entonces las casas eran de barro, palma y de boñiga de vaca. Recuerdo que solo había catorce casas y una sola calle principal donde vivía mi abuela paterna, María Carla Hernández Pau. Ahí conocí al papá de mi esposa, Carmelo Villero Escudero, el primero en nacer propiamente en Ararca. Las casas eran grandísimas y uno paraba donde quisiera. Villero, Arévalo y Hernández, son los apellidos de aquí; mi padre era el único Morales por aquella época y ahora somos como cien”. 

“Mi infancia fue pésima, no había nada qué hacer, vivíamos de la pesca, de la roza y haciendo hornos de carbón; pasaba aburrido y tuve muchas necesidades. Mi papá tenía la roza en el patio de la casa; había un cañaveral y una coquera”, recuerda. E insiste en que no le debe nada a su padre: “Lo que yo sé lo aprendí solo, mi sabiduría es mía”. 

“La primera vez que fui a Valledupar a coger algodón fue a los quince años, escondido de mi papá y mi mamá. Me perdí allá cuatro años y ellos no sabían por dónde andaba yo. Antes no había cómo comunicarse; ahora uno compra un celular, llama y camina con el aparato en el bolsillo, pero antes tenía que ir a un Telecom y llamar persona a persona”. Una noche Lácides tuvo un sueño con su mamá, en el que la tenían hospitalizada. En la mañana, cuando lo recordó, se dijo que tenía que venir a Ararca de inmediato y así lo hizo. “La encontré hospitalizada aunque no era grave, pero eso me dolió”.

“Cuando regresé me fui a vivir con mi mujer, Alba Rosa Villero Hernández, ya fallecida. Nos casamos cuando ella iba a cumplir catorce años y yo veintiuno. Tuvimos diez hijos pero dos de ellos fallecieron; todos se quedaron  aquí porque no les dimos salida y ellos tampoco quisieron irse”. 

Tras casarse, Lácides se fue a viajar en un barco a Panamá. Estuvo en Colón un par de años y venía cada seis meses. También trabajó en San Juan y Necoclí, buscando ganar plata en un barco, pero no le fue muy bien con eso.

“Después me metí aquí de pescador porque así era más fácil levantar a los hijos; llegué a usar hasta dinamita, mucha gente salió herida por esa práctica. Antes se cogía buena pesca, pero se pasaba hambre porque no había plata para comprar lo demás y los cultivos se daban a los dos o tres meses. Aquí vivíamos muy mal: si se desayunaba no se almorzaba y si se almorzaba no se comía“. 

“Hoy yo me la paso sabroso con mis hijos; con ellos encuentro qué comer, bebo, duermo cuando quiero y estoy más tranquilo. Hay un dicho que dice que cuando uno coge una cierta edad se achanta y se tulle, pero yo tengo como veinte años que no trabajo y  me siento más templado y fuerte”. 

“El presente de Ararca es mejor, lo único malo es que antes había más unión y respeto, ahora hay mucho vandalismo. Antes lo que le pasaba a alguno lo sufrían todos en el pueblo: cuando alguien moría, todo el caserío iba a acompañar a la familia en las nueve noches de velorio. El futuro de Ararca y de mi familia lo veo con ilusión”. 

Magali Cervantes Villero

A la actual vicepresidenta de la Junta de Acción Comunal elegida hace pocos meses la encontramos un mediodía acompañando el cierre de una jornada de inscripción al Sisben. Es la última de los seis hijos del agricultor Hernán Cervantes, de Turbana y de Marisa Villero López, nativa de Ararca. Nació a finales de los años 70, cuando el pueblo aún seguía muy pegado a la tradición rural y pesquera. “En Ararca hoy quedan poquitos pescadores y agricultores, nuestros abuelitos se quedaron con esa anécdota”, nos dice.

“Antes cocinábamos con leña y veíamos televisión donde el señor Eduardo Contreras. No teníamos luz ni agua, íbamos a las pozas y la traíamos un tanque en la cabeza. Al agua dulce para tomarla le echábamos cloro y se le recogía todo el sucio en el fondo. La manteníamos en una tinaja de barro que la mantenía fresca porque en ese tiempo no había nevera”.

De aquella época Magali recuerda que en la carretera, que entonces no estaba pavimentada, se ponían a esperar los pocos carros que pasaban y bailaban para ganar alguna moneda.

En Semana Santa muchos del pueblo nos íbamos a Galerazamba a cosechar sal, porque acá no había recursos y ese era un trabajo bien pagado. De junio a julio sacabamos algodón en el Valle; yo me disfrazaba de hombre con mi saquito, mi pañoleta y una camisa manga larga, porque allá no aceptaban a las niñas”.  

Marisa, su mamá, se quedaba en el campamento y ayudaba a hacer la alimentación para el grupo de trabajadores. “Yo tenía como trece años y lo hacía para colaborarle a mis papás. Durante ese tiempo no iba a la escuela, porque ellos no tenían recursos y yo los acompañaba a cosechar, pero no perdí años, los profesores entendían y eso nos pasaba a varios del pueblo”. 

“En el año 92 o 93, pusieron la luz y eso cambió nuestra calidad de vida; compramos estufa eléctrica, abanicos, neveras y televisores. El gas llegó después. Hubo un poco más de empleo y economía y con esos recursos se empezaron a hacer las casas de material”, recuerda. La atención médica era escasa y tenían que ir hasta Pasacaballos. 

“Me casé con Ignacio Morales, también ararquero, que fue mi primer novio. Entonces todavía no había luz y nos escondíamos en cualquier parte; es que el amor de antes era bonito. Llevamos veinticinco años juntos, tenemos tres varones y una niña, todos viven en el pueblo; tenemos cuatro nietos. Él trabaja en un condominio de Barú”.

El bachillerato lo terminó en Cartagena a los dieciocho años, pero la familia y los hijos  no le impidieron seguir formándose y trabajando. “Siempre fui gestora y hacía de enfermera y médica en la comunidad. Puse la única farmacia que tenía Ararca; hacía curaciones, tomaba presión, inyectaba y cortaba puntos. Todo lo aprendí en la Clínica Julio Mario Santo Domingo; también estudié para auxiliar de enfermería  en Elyon Yireh e hice las prácticas en Pasacaballos”.

“Extraño las tradiciones de mi infancia y el fresco que se sentía. Es que antes había más árboles y ahora por el pavimento hace más calor, pero al menos ya podemos salir cuando llueve”, dice. 

“Legalmente esto es Cartagena, pero yo me siento ararquera; esto es una isla dividida por el Canal del Dique, por eso nos sentimos más de la isla de Barú que de allá. Lo que más me gusta del pueblo es el cambio que ha tenido; no tenemos que ir a Pasacaballos por la salud y tenemos ambulancia; tenemos colegio con bachillerato y la nocturna. De aquí no me mueve nada, lo único que yo espero es que esta comunidad tenga alcantarillado porque las calles permanecen con agua estancada”. 

Estibenson Berrío

Conversamos en Estibenson en el amplio patio de su casa, ubicado en el lote que le legó su abuela, la figura fundamental de su formación y crianza. Nació en Cartagena por la simple razón de  que en Ararca no había cómo atender el parto por cesárea. Más tarde vivió dos años en San Andrés, donde hay mucho nexo con Ararca. El resto de su vida, treinta y algo más de años, los ha vivido en el pueblo.

“Mi papá trabajaba en Aerorepública y luego empezó su vida de marinero en San Andrés. Mi mamá viajó con él y mis dos hermanos menores, pero yo me quedé con mi abuela, Concepción Villero Moreno, quien me terminó de criar”. 

“Estudié la primaria aquí, pero el bachillerato en Santa Ana, a donde iba caminando. No fue fácil pero me gradué como bachiller técnico en marinería pesquera. Cuando estudiaba allá no tenía uniforme de educación física y eso para mí era traumático porque yo era bueno en los deportes. Un día me encontré una cartera con doscientos mil pesos y lo primero que hice fue pagar mi uniforme”.

“He sido pescador, constructor, almacenista, vendedor de minutos, chatarrero, líder comunitario, formador de deporte; trabajé en una granja agrícola en Sabanagrande. Regresé a Ararca cuando nació mi primera hija, después tuve otra con su mamá, pero nunca convivimos”. 

“Quise ser biólogo marino, pero la carrera estaba en Bogotá y Santa Marta y los recursos no me dieron; tampoco pude ir al SENA: es lo que me tocó vivir. Ararca estaba económicamente mal, era el pueblo más pobre en Colombia y la gente aprovechaba para irse a Venezuela por la frontera de Paraguachón o por Cúcuta.  Otros se iban a San Andrés donde se conseguía mercancía buena en las playas porque era un puerto libre. Algunos siguen allá.

Me tocó pelear con mucha gente porque sufrí de racismo por parte de otros pueblos; hablaban mal de mi tierra, sobre todo en Santa Ana, donde estaban las sedes de las fundaciones y era como una ciudad pequeña. Yo soñé que iba a sacar Ararca de ese estado”, nos dice. 

“De mi abuela aprendí a ser solidario, estuve con ella hasta su lecho de muerte; me dejó este lote que compartí con una prima y un tío. Hace catorce años estoy constituido con mi actual mujer, Neis Patricia Arévalo Castillo y tenemos tres hijos. Ella ha sido un pilar fundamental en mi vida, me ha aguantado bastantes tropezones”. 

Estibenson no puede parar de trabajar, porque sacar cinco hijos adelante no es fácil.

“Trabajo desde hace varios años como monitor deportivo del IDER; me encargo de llevar toda la indumentaria para que los pelaos de Ararca jueguen, de estar pendiente y atender los campos. Este trabajo me gusta, estar con los pelaos es un relajo”.

“Antes en Ararca no había profesionales, ahora por medio de una consulta con la Sociedad Portuaria El Cayao, y de 150 millones de pesos que teníamos para estudios superiores, adquirimos becas boomerang con la Fundación Tecnológico Comfenalco, que incluyen transporte, refrigerio, útiles escolares y acompañamiento para los jóvenes. La Institución Educativa de Ararca en alianza con la fundación, escoge a los jóvenes y les hacen seguimiento. Hoy  los muchachos que están aprovechándolas son Brayner Villero, Lucía Hernández, Andrea Torres y Alejandro Arévalo”.

Estibenson valora mucho el cambio generacional y que el mayor acceso a la educación ayuda a formar líderes que cambien el pueblo. “Soy de una familia con muchos profesionales: una es bacterióloga; otra, ingeniera; una más es administradora de empresa en Bogotá; hay un policía de alto rango; un abogado y otros siguen estudiando. Todos son nativos y van a cambiar las cosas, su visión va a ser más amplia. Yo visiono a este pueblo como una ciudad, que para comenzar cuente con alcantarillado porque eso es lo que más nos está matando ahora”. 

Juan Carlos Cuadros Villero

Juan Carlos es de la generación preocupada por el medio ambiente y el cambio climático. No ha cumplido los treinta años y ya tiene a su haber una organización ecologista y el liderazgo de varias iniciativas. Su papá, Rafael Cuadros, es de Santa Ana y su mamá, María Iluminada Villero, de Ararca.  

“Nuestra familia siempre obtuvo su sustento de la  agricultura. Mi abuela, Bernarda Hernández, es campesina; nunca fue a la universidad, pero desde niño me inculcó el amor por el medio ambiente que nos rodeaba y sustentaba”. 

Pertenece a la generación que pudo estudiar la primaria y el bachillerato en el pueblo. Luego estudió tecnología en Gestión Turística en la universidad Los Libertadores y tecnología en Operaciones de Plantas Petroquímicas, en el SENA. Esas carreras las combina con el trabajo y el emprendimiento comunitario, que son sus dos pasiones. 

“Trabajo en Puerto Bahía hace cinco años y la empresa me ha apoyado con horarios que me permiten seguir con mi emprendimiento. Desde el 2011 me dedico a  rescatar  la cultura y trabajar por la preservación del medio ambiente”. 

“En 2017 comenzamos el proyecto “Ararca: Naturaleza e Historia” y formalizamos la Corporación Tuarisba, Corporación Social y Turística de la Isla Barú. Desde ahí trabajamos la divulgación de nuestra historia y la recopilación de saberes ancestrales que se estaban perdiendo”. 

Desde junio del año pasado ha venido trabajando en la creación del primer vivero comunitario de mangle en Ararca: “fue un éxito porque se lograron plantar en una zona deforestada diez mil plantas de mangle germinadas”. Hoy son veinte mil plantas que esperan para ser sembradas. “Debemos apostarle más para seguir conservando y preservando esas zonas que están degradadas”.

“Ayudamos a la conservación del medio ambiente a través de la recolección de residuos dentro y fuera de la ciudad; al cuidado de los manglares porque son los pulmones de nuestra comunidad y la barrera que nos cuida de maremotos, oleajes y demás impactos naturales”. 

“Ararca ha mejorado mucho en la parte ambiental; antes las personas veían su ecosistema como algo normal, pero a raíz de las capacitaciones la contaminación en los cuerpos de agua ha disminuido. Nuestra mayor problemática es que aquí llegó primero el pavimento que el alcantarillado, por eso las aguas residuales van directamente a las calles, donde se reproducen los mosquitos y se generan enfermedades. Además, el camión de la basura solo pasa una vez a la semana”, explica.

Juan Carlos anticipa un Ararca con más crecimiento demográfico. “Puedo verlo por la cantidad de sus habitantes, están llegando foráneos que se suman a su territorio.  Tengo el sentir de una isla de Barú gozando de un desarrollo sostenible. Visiono a mi pueblo como un territorio donde se puede practicar ecoturismo, donde la propia comunidad pueda generar ingresos a partir de ahí: de una pesca y una agricultura sustentables como parte del desarrollo; así como de la innovación en los cultivos, apostarle a cosas nuevas que puedan irse sembrando y adaptando al medio”. 

Su compañera es la líder comunitaria Ester Torres, quien estudió salud y seguridad en el trabajo y contribuye en implementar esos temas en la ruta ecoturística. Tienen dos niñas y un niño.

“En lo personal,mi apuesta es permanecer en el territorio y ayudar a construir ese proyecto de comunidad; mientras tenga vida y salud, seguiré aportando mi conocimiento y esfuerzo para que Ararca sea lo que soñamos, porque me siento orgulloso de ser ararquero”. 

Karelys Morales Hernández

Karelys es un motor comunitario, de una energía contagiosa y un trabajo incansable en un cuerpo menudo y una edad que según la cédula es de veinticuatro años. Nació en San Andrés, pero sus padres, Miguel Morales Arévalo y Judit Hernández Villero, son de Ararca.  

“Ellos tuvieron que trasladarse a San Andrés por la mala situación económica del pueblo. Regresé a Ararca para estudiar quinto de primaria, en 2013 y desde entonces me quedé. Aunque viví muchos años en San Andrés, todo el tiempo me he sentido de aquí.  Me enfoqué en el tema comunitario, fui personera en mi colegio y desde ahí me gustó el liderazgo”. 

Al terminar la primaria Karelys ganó el Concurso del Niño Genio a nivel rural, convocado por el Ministerio de Educación, y a los dieciocho años creó el grupo ‘Fusión y Fuego’, para enseñarles a bailar a las niñas en la Casa de la Cultura. 

“Luego conformé la Corporación Sociocultural y Artística Afrodanzarte, de la que soy representante legal y en la que me acompaña gente tan talentosa como Eva Sandrith y Shakira Morales, Estefany García, Jesús David Cantillo y Miguel Lorenzo Hernández. Con el apoyo de una consulta previa del Grupo Argos nos legalizamos y fortalecimos. Hemos bailado en hoteles y el Centro de Convenciones de Cartagena”. 

Uno de los ejes de ese proyecto ha sido identificar mujeres cabeza de hogar y líderes afro, “para darle un vuelco al trabajo cultural en el pueblo y darlo a conocer en su esencia más auténtica”, explica.

Un impulso grande fue la asignación de la sede. Era un antiguo punto Vive Digital que no estaba prestando ningún servicio y se estaba deteriorando sin que nadie ni lo usara ni se preocupara por hacerle mantenimiento. Logró convencer al Consejo Comunitario que ella y su grupo podían hacerse cargo. El año pasado se concretó la idea.

“Con el proyecto ‘Africagua’ logramos reactivar sus paredes e hicimos saneamiento. Creamos Coffee Barú, una cafetería con acceso desde la calle, para tener ingresos; la comunidad viene a desayunar, a tomarse su café. Sentimos que otras organizaciones han visto en nosotros un ejemplo”, nos dice.

Karelis es madre de Luan Miguel Hernández Morales y vive en la calle principal con su mamá. Aunque sus lazos familiares con San Andrés son fuertes y viaja cada vez que puede, su sueño es comprar un terreno en Ararca y ser parte de su transformación. 

Ahora le toca más duro que antes porque está estudiando segundo semestre de Trabajo Social en Cartagena, lo que le implica hacer ese trayecto ida y vuelta varias veces a la semana. Antes comenzó a estudiar psicología, pero en ese momento las cosas no se le dieron. “Me toca duro, pero estoy contenta porque es lo que amo hacer. Deseo meterle más color y vida a la comunidad, brindarles más oportunidades de educación a las nuevas generaciones”, afirma.

Karelys quisiera que las opciones educativas estuvieran más cerca del pueblo, no tanto por ella, sino por las nuevas generaciones. “No es fácil irse a estudiar a Cartagena porque eso implica pagar transporte todos los días. Aquí nos adaptamos más cuando traen cursos del SENA o nos hacen capacitaciones en el pueblo. Vemos que cuando empiezan a construir un nuevo hotel, la comunidad trabaja en la obra y al terminarlo no pueden vincularse al funcionamiento del mismo porque el perfil laboral no se los permite. El sistema educativo de Ararca se ha quedado en lo básico”. 

“Quiero enseñarle a los niños la verdadera cultura e historia de su pueblo enfocados desde la Ley 70 en el tema de las negritudes. Es necesario trabajar esa ley, porque estamos encerrados en un núcleo de proyectos y tierras que son ajenas. Hasta el momento la única tierra que tenemos más factible es Coquito y ya la están vendiendo los mismos habitantes”, señala. 

Desde 2020, secretaria del Consejo Comunitario, Karelys es la única mujer de ese grupo. “Hago mi trabajo con amor, la gente piensa que hay mucha plata, pero no, uno tiene que rebuscarse de alguna manera y ver si sale algún proyecto”. 


El orígen de Ararca

Ararca, igual que Santa Ana y Barú, tiene su origen más remoto en grandes haciendas que se conformaron en la época colonial, habitadas mayormente por población afrodescendiente, traída para trabajar en ellas bajo el régimen esclavista. Mediante las rochelas y los cimarronajes los negros libres  se ubicaron en zonas de manglar y reforzaron la presencia afro en el territorio. 

Lácides, el mayor de todos, cuenta la historia según la tiene en su memoria: “El primero que llegó aquí se llamaba Manuel Villero, con su mujer, su primogénito Abraham y Carmelo, que vino en el vientre de su madre y nació acá a los dos o tres meses de estar habitando: él fue mi suegro”.

“Otra familia original de la isla eran los Hernández, que provenían de un señor español llamado Marcelino Hernández, quien llegó cuando hicieron los hornos de cal que están ahí y son viejísimos, de hace trescientos años. De ahí viene la raza Hernández y es raro que en una casa no haya uno”.

“Los de Santana decían que Ararca era de ellos y nosotros nos dispusimos a que no y que no; los santaneros no querían que hiciéramos cementerio aquí porque esto era de ellos, así que a los muertos teníamos que cargarlos y llevarlos al cementerio de allá. Aquí no había una poza donde ir a buscar agua, las pobres mujeres se iban en la noche a robársela; hasta que aquí hicieron la primera poza, que se llama ‘La Lucha’ y ya se secó. Por allá está otra que se llama ‘La Poza Nueva’, que tiene como ochenta años”.

Sixta complementa: “Los bisabuelos nos contaban que ellos se hicieron acá porque las tierras eran más fértiles que las de allá y sembraban yuca, maíz, papilla, melón, frijoles, caraota. Se pasaban la voz del uno al otro porque eran varias familias que estaban allá y se fueron viniendo. Eran unas pocas casitas y esto no tenía dueño, así que hacían sus casas donde quisieran. No había problemas de linderos por eso era que venían y hacían las rozas aquí y decían –Esta tierra sí fue buena porque fíjese que nos dio bastante cosecha–. Entonces el otro decía –el año que viene allá es que voy a limpiar–”.

Karelys cuenta la anécdota compartida en el pueblo sobre el origen de su nombre. “Manuel Villero, el fundador de la comunidad de Ararca, venía desde la hacienda Polonia por el tema del agua y la alimentación, hasta que deciden quedarse de residente por la facilidades que tenían de comunicación con Santa Ana y con Cartagena. El nombre nace del mismo Manuel Villero, un día que venían en el camino y se le cayó la abarca del pie. Entonces él, confundiendo las letras, dijo –Ay, se me cayó la ararca–. Todos se rieron y lo de la ‘ararca’ se fue quedando y así se bautizó el pueblo”.

La investigación más reciente señala, además, que el comienzo de Ararca fue hacia el año 1900. Un hecho fundante, en 1887, fue el duro enfrentamiento de cinco días con un hacendado local por la poza de agua ‘La Lucha’, que ganaron los pobladores de la hacienda La Polonia, precursores de los ararqueros.

“A Polonia llegó un señor llamado ‘Mister Vente’ y sacó a los ararqueros de allí. Salieron como desplazados y se asentaron en el playón de Bajamar, donde hoy está la vereda de Ararca”, dice el libro Isla de Barú. Historia, magia y transformación de Ararca y Santa Ana, citando a un vecino de Santa Ana. 

Ararca hoy

Ararca es desde hace dos décadas un pueblo en metamorfósis, con un desarrollo urbano que está dando sus primeros pasos, aunque falte muchísimo por hacer; con una población creciente; con un cambio de la vocación agrícola a una de turismo y en no pocos casos, una vida laboral estable, sea en empleos regulares o como independientes.

Pero, sobre todo, con un cambio profundo en el nivel educativo de sus vecinos, que en una o dos generaciones han pasado de acceder solo a la primaria a tener el bachillerato en el pueblo, alternativas de media técnica en la isla y de formación  profesional en la ciudad, desde que se estrenó el puente que la une con Pasacaballos (2014).

De tanto que ha rendido Ararca ahora tiene calles que yo no las conozco, ya tiene profesionales que antes no los había: maestras, enfermeras, abogados. Se volteó mucho porque se logró que los pelaos estudiaran. En la época mía mi papá me decía –El colegio es pa’ flojo.– ¡Mira lo bruto que era! y me echaba al monte para llevar la vaca a comer y a tirar machete”. Lácides

Formalmente Ararca es un corregimiento del distrito de Cartagena de Indias, pero la relación con la ciudad es distante: todos se sienten baruleros antes que cartageneros. 

De hecho, perciben que el progreso de las últimas décadas se debe a factores que en general no tienen que  ver con acciones del Distrito. En particular ponen como punto de inflexión la llegada del hotel Decamerón, en 2009, y su política de emplear gente local. Después vinieron otros  otros hoteles y empresas. 

Cuando entraron los hoteles a Ararca, como el Decamerón, el pueblo cambió totalmente; la gente comenzó a capacitarse como camareros, anfitriones, cocineros y los demás oficios, muchos aún trabajan ahí. Y hay quienes les gusta trabajar independiente; van a vender sus mangos, mariscos o artesanías. Otros tienen restaurantes. Nuestros hijos ya tienen una mentalidad distinta a la nuestra, quieren estudiar para trabajar en empresas, ahora hay más oportunidades; Cala Blanca, Puerto Bahía y Cayao son otras empresas que están aquí”. Magali

Luego vino un programa específico del Gobierno Nacional.

Hemos evolucionado en una manera, que yo diría ha sido del mil por ciento: antes no teníamos centro de salud, bachillerato, Vive Digital, polideportivo, calles pavimentadas ni CDI. Dicho de manera muy vulgar: estábamos en la inmunda y no era fácil vivir aquí. Nadie de afuera te preguntaba por un lote acá, que costaba doscientos o quinientos mil pesos; mejor se iban para Santa Ana o Pasacaballos. Esto comienza a evolucionar de 2012 en adelante, cuando arranca un programa con el Gobierno Nacional que se llamaba Zona Libre de Pobreza; ahí comienza el boom”. Estibenson

También incluyen en un lugar destacado a distintas fundaciones que trabajan en su territorio; a la apertura del puente que conecta con Pasacaballos y la explosión turística de Playa Blanca.

Las consultas previas han pasado a ocupar un papel sustancial en el desarrollo, al ejecutar obras puntuales en acuerdo con la comunidad

Aunque siempre va a haber choques porque cuando hacen consulta previa no quieren compensarles a las comunidades como de verdad se debería, nosotros dependemos de ellas porque el gobierno nos tiene un poco abandonados. La mayoría de calles que hemos pavimentado ha sido por consultas previas. También instalaciones como una piscicultura, que fue con Puerto Bahía; la casa de los pescadores, con Cayao; la Casa del Adulto Mayor, con Invías. Aquí ni el IPCC se acerca y eso que nosotros que somos parte de la cultura, ya que tenemos un canal de cal y un horno en Coquito, además de nuestros grupos de baile y folclor”. Karelys 

Un rasgo notorio es la rivalidad, pero también la conexión con Santa Ana. Esta nació mucho antes, en 1774, así que por mucho tiempo se sintió como una sombra tutelar. Esa ‘independencia’ es todavía un tema que surge en las conversaciones y que impulsa a sus líderes a marcar diferencias. Algo tan ‘sencillo’ como tener su propio cementerio es parte de esa idea de no depender del otro pueblo. 

Además del alcantarillado, el otro tema urgente, según coincide la mayoría, es el de la salud.

“Por cualquier bololó uno tiene que correr para Santa Ana. Y no es porque el sitio no esté apto sino que desde que se fue la Fundación Santo Domingo no lo han fortalecido más con materiales ni equipos. Ahora solamente traen a doctores y enfermeros los miércoles hasta medio día, mediante una IPS. Ni el distrito ni el DADIS ponen nada más, ni siquiera una jornada de salud hacen en la comunidad”. Karelys

Junta de Acción ComunalConsejo Comunitario
Berlis Caraballo SerranoPresidentaOrlando Villero Presidente
Magali Cervantes VilleroVicepresidentaÁngel Hernández Vicepresidente
Lucina HernándezSecretariaKarelys HernándezSecretaria
Oliverta Díaz VilleroTesoreraRoger Romero Tesorero
Luzney Villero ArévaloFiscalBlas Hernández Fiscal
Mayerly Villero PachecoMiramar Morales Arévalo Gladys Urueta TeheránVocalesSergio MoralesJose VilleroVocales
Estibenson BerríoRepresentante legal
Comités de vivienda, juventud, conciliación, construcción, entre otros.

CRONOLOGÍA

1887

Ocurre el enfrentamiento por una poza de agua dulce en la zona donde hoy es Ararca

1900

Comienza a fundarse Ararca por parte de habitantes de la hacienda Polonia.

1989

Ararca estrena su propio cementerio

2005

Acceso al acueducto y el gas

2009

Se abre el hotel Decameron

2012

Comienza la pavimentación

Ararca entra al proyecto Zona Libre de Pobreza Extrema

2014

Se inaugura el puente Campo Elías Teherán, que conecta a Barú con la zona urbana de Cartagena. 

2017

El agua llega a todas las casas con acometida y facturación.

Para saber más:

La Fundación Santo Domingo publicó a finales de 2021 el libro Isla de Barú. Historia, magia y transformación de Ararca y Santa Ana, realizado con la colaboración de más de treinta profesionales que recabaron la información documental y testimonial con los vecinos de ambas poblaciones.

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La Barulera

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