LAS COCADAS DE MILADIS

Miladis Herrera Caraballo es bocachiquera nacida y criada. De sus manos nacen todos los días unas cocadas que han hecho fama y que la han convertido en una entrañable presencia a las puertas del fuerte de San Fernando.

Se la pasa entre el fuerte y los distintos kioscos de la playa. Ofrece su producto con una sonrisa, pero no le gusta fastidiar a nadie insistiendo. Quien le quiera comprar se gana una delicia y quien no, pues se la pierde. Lo que nunca niega es una gran sonrisa y un trato muy amable.

“Mi papá era pescador. Se llamaba Manuel Herrera y falleció hace once años; mi mamá aún vive, tiene ochenta y ocho años. Ellos tuvieron diez hijos: cinco hembras y cinco varones. De las mujeres yo fui la tercera. De niña estudié aquí, pero el colegito apenas llegaba hasta quinto de primaria; ahora llega hasta el último grado de bachillerato”.

Le tocó la Bocachica turística, cuando era un destino muy visitado como hoy lo son otros de la bahía. “Vendía aceite tigrón y aceite de coco. Recuerdo que se hacía una fiesta grandísima y la gente se iba a las seis de la tarde. Desde Cartagena venían barcos como el Alcatraz, el Félix y el Corsario, además, como siete lanchas y canoas; entre esas unas viejitas a las que les decían Las Malvinas”. 

“En unos quiosquitos se vendía loza que traían de Panamá, sábanas, zapatos y otras cosas. En esa época se vendía bastante porque esas cosas las bajaban aquí y no en Cartagena. Hace como treinta y cinco años la aduana acabó con eso y ahora no se está ganando casi nada”.

Miladis fue madre joven y desde los quince años empezó a trabajar para sacar adelante a sus dos hijos: Álvaro Barrios Herrera, que hoy tiene 42 años y Claudia Barrios Herrera, que tiene 38 años. “A los dos los puse a estudiar y aún hoy les digo –Yo soy mamá y papá de ustedes–.  Mi hija vive en Punta Arena y el varón vive conmigo”. 

“Hace 25 años comencé a hacer cocadas porque no tenía para sostener a mis hijos, ahí fui rebuscándome. En Bocachica tengo fama porque le vendo a la gente del fuerte. Para hacer mis cocadas me levanto a las cinco de la mañana. Antes compro la canela, le quito toda la concha al coco y lo rallo; cojo mi caldero y dejo el almíbar con la canela hasta que veo que coja el punto y listo. Tengo cocadas  de panela, de leche y canela; son muy buenas porque yo misma las hago. A las 9:30 de la mañana ya están listas para salir a venderlas en la playa”. 

“Algunos gringos las piden cuando les provoca, pero no me gusta la necedad ni resecarlos como hacen otros vendedores. Si les ofrezco y me dicen –No gracias–, yo me retiro. Me va bien con las cocadas porque de ahí me sale para mi comidita; vendo veinte o treinta y me conformo porque a veces no viene casi personal. La gente se ha retirado y prefieren irse a Punta Arena o Playa Blanca”.

Miladis ha visto la Bocachica abandonada, la saturada de turistas y la de hoy, un poco más sosegada, pero con menos economía que antes. 

“Muchas cosas han cambiado en la isla. Antes Bocachica era una tierra de cocos, pero ahora el coco lo traen de Cartagena, destruyeron todo eso; pero no dan ganas de sembrar porque eso demora bastante tiempo en producir. En la pandemia me fue bien con el negocio, aún así mis tías me colaboraban con la comida, porque estaba prohibido venir a vender a la playa. El gobierno también se movió y dio unos mercaditos que lo aliviaron a uno”. 

“Anteriormente había menos gente, ahora hay muchos niños irrespetuosos, cuando uno les dice algo para su bien algunos responden mal. La gente mayor es tranquila y no busca problemas”, explica. 

Lamentablemente, tras una vida de trabajo y rigores no tuvo cómo comprar su propio lote donde parar una casa. “Vivo arrendada cerca al colegio, porque todos esos lotes ya los cogieron y han subido de precio. Ahora hasta se están metiendo en el mangle y eso es malo”. 

“Yo tengo todo en Bocachica y me quedo aquí hasta que Dios quiera, porque con sesenta años para dónde me voy a mover; soy pobre, pero conforme. Mi hijo vende collares en Bocagrande y entre los dos emparapetamos la cosa. Hay que pedirle a Dios que lo tenga vivo; yo ando trabajando en mi casa, no bailo ni bebo, pero mi encanto es mi tinto por la mañana, compro mi papeleta de café y me tomo mi pocillo con gusto. Esa es mi buena vida por la mañana”.

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La Barulera

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