DONDE BLAS (¡Y JUDITH!) AREPAS ÚNICAS EN BARÚ

Un invento casual se ha convertido en una tradición para propios y visitantes en el pueblo de Barú. Se trata de la arepa de mariscos, el producto favorito de este local de fritos, que ya completó un cuarto de siglo y sigue tan campante.

Hace muchos años Blas Medrano Salas le dijo a Judith Camargo Valencia, a quien conocía desde muchacho en Barú, que había un trabajo para ella en la isla donde él cuidaba un terreno. Allá se enamoraron y se volvieron pareja.

Blas además pescaba y cogía mariscos. Una mañana a Judith le dió por ensayar cómo quedaría una arepa que en lugar del tradicional relleno de huevo y carne tuviera mariscos. Les dio a probar a unos muchachos vecinos y les encantaron. Luego le preguntaban todo el tiempo cuándo las prepararía otra vez. El cuento se podría haber quedado ahí.

Pasaron los años. Habían regresado a vivir en Barú y los ingresos estaban bajitos. Judith se acordó de aquellas arepas. La primera vez hizo cinco y se vendieron. Al otro día hizo diez y también se vendieron. ¡Esto está gustando!, se dijo ella y día tras día siguió aumentando la cantidad de arepas vendidas. Hoy se cuenta por cientos.

Y desde el principio se dividieron funciones: Judith cocinaba y Blas vendía. Comenzaron con una chaza frente a la casa. 

Hoy desde las seis de la mañana hasta que se acaba la producción del día hay un desfile constante de vecinos comprando los fritos: arepas de huevo, empanadas de pescado y de queso y papas rellenas. Los primeros en llegar son los pescadores antes de salir a la faena. Luego vienen los que quieren desayunar. Entre unos y otros, sobre todo los fines de semana, los turistas, muchos de los cuales llegan con la referencia de que aquí hay que parar a comer.   

“Estas arepas ya son hasta internacionales. Hay un pelado de Bogotá que en un solo encargo me pide cuarenta arepas. Aquí tenemos todo organizado para hacer ese tipo de envíos y que lleguen bien a su destino”, explica Blas.

Las primeras arepas las vendieron a quinientos pesos. Hoy cuestan cinco mil. Las empanadas y las papas son a dos mil. No en vano han pasado veintiséis años trabajando de domingo a domingo. “Solamente se deja de vender cuando Judith debe ir a Cartagena por alguna diligencia”.

Y eso pasa porque no han podido conseguir quien iguale la sazón y la técnica de Judith. Lo han intentado por años, pero nadie le coge el ‘swing’. Los vecinos les insisten que abran hasta más tarde; que lo que saquen a la vitrina seguro lo venden. Pero es que ambos tienen que empezar la jornada a las cuatro y media de la mañana y seguir hasta tan tarde en la noche sería imposible.

Además no los anima el lucro ni ampliar el negocio. Les han ofrecido irse a Cartagena, donde podrían multiplicar sus ingresos. Pero ellos son felices en su Barú, con el bonito negocio local que les produce lo suficiente para vivir tranquilos.

Así que el día comienza con los quince o veinte kilos de masa de maíz natural molido que les traen desde Cartagena. Cuando se acaba la masa hasta ahí se llega en la venta. Eso normalmente ocurre antes del mediodía. En la amplia cocina, con puerta hacia la laguna, están las ollas con los camarones y los mariscos guisados, cartones de huevo y los demás ingredientes. Es el territorio de Judith, donde tiene todo lo que necesita alrededor del fogón con el caldero.

Y el territorio de Blas es la tienda al frente de la casa, donde atiende con una buena sonrisa y don de gentes. Han ido mejorando el espacio y ahora hay mesas y sillas; hay una vitrina térmica y neveras para las gaseosas y los jugos de corozo, maracuyá y piña que también se hacen en la casa. Blas, además, tiene desde hace años una labor paralela manejando un salón frigorífico donde se acopia la pesca para la distribución.

Ambos están un poco agotados del trajín de tantos años y empiezan a vislumbrar la hora del retiro. Los hijos han crecido y salieron adelante. La casa creció y está cómoda para lo que ellos quieren. Ya no hay presiones económicas grandes. El que quiera disfrutar aún está a tiempo de llegar a este rinconcito de Barú. Solo hay que preguntar porque todos los conocen; es raro el barulero que no ha probado sus delicias.

Arepas Donde Blas

318 372 09 20

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La Barulera

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