LA BIBLIOTECA POPULAR DE PLAYA BLANCA

Gabriela nunca había visto una noche tan estrellada como aquella primera que pasó en Playa Blanca. “Aquí tengo que regresar”, se dijo mientras veía titilar los innumerables luceros fugaces en el cielo. Entonces era profesora en Argentina, aunque eso iba a cambiar en poco tiempo.

Ella es porteña, como les dicen a los nacidos en Buenos Aires. Allí se formó como maestra y luego profundizó en literatura y artes. En el Instituto Vocacional de Arte daba sus clases con gusto; le gustaba mucho el oficio docente pero en algún momento empezó a sentir la espina de viajar y quizás, algún día, de ejercer en un sector rural o algo así. 

“Tenía ganas de salir, de sacar todo ese conocimiento adquirido, no quedarme ahí mirando pasar la vida. Me decía –Acá hay mucha gente que hace bien este trabajo, pero hay otros lugares que también lo necesitan–. En las vacaciones escolares de 2013, nos vinimos con un grupo de amigas recorriendo Ecuador y Colombia.  Fueron dos meses de vacaciones porque todas éramos maestras y teníamos esa posibilidad”.

El viaje con sus amigas siguió, pero al regreso decidió regresar por una noche a Playa Blanca, un lugar en el que algunos pocos acampaban y era una playa relativamente virgen para el turismo. Aquella noche conoció a Yassith, el hombre que le daría un vuelco inesperado a sus días. Hoy es su compañero de vida y el padre de sus hijos. 

Yassith es cartagenero neto. Conoció Barú desde adolescente porque su papá era cajero de la Electrificadora de Bolívar. La energía era algo reciente en la isla y todavía llegaba bajita de potencia, recuerda. Venían en un jeep que dejaba a su papá en la oficina de Santa Ana, que quedaba donde hoy está la estación de Policía, y algunas veces en Ararca o en el pueblo de Barú.

“Ahí mi papá esperaba a la gente de la comunidad que llegaba a pagar los cinco o los diez  pesos de ese tiempo; y yo me iba con los de jeep para acompañar a los técnicos a cambiar una cañuela, un bombillo o a poner un contador. Así empecé a conocer Barú bastante bien”.

Luego empezó a ir a Playa Blanca con algunos amigos en el plan de entonces: pasar en el ferry y acampar un par de noches en aquella playa paradisiaca. La vida siguió su curso. Yassith se graduó de bachiller en Comfenalco, de diseñador gráfico en la Universidad Jorge Tadeo Lozano y empezó a trabajar. Sin proponérselo se fue alejando de Barú, que quedó como un bonito recuerdo de sus años juveniles.

Años después regresó a Playa Blanca invitado por un amigo. “¡Me sentí tan bien, como en mi casa; pero mi amigo tenía que regresar a trabajar y yo le dije–Hombre, Chucho, yo me quedo–”. Luego un conocido le propuso cuidarle un terreno y entre una cosa y otra se fue amañando, conociendo a la gente y comprometiéndose con la comunidad.

Un tiempo después Yassith coincidió en la playa con aquella argentina que volvió a la playa de estrellas fugaces antes de su regreso definitivo a Buenos Aires y a sus clases en el instituto. O al menos eso creía ella.

¿Escuela o biblioteca? 

El Consejo Comunitario venía hablando de la necesidad de una escuela. Yassith  –que se había consolidado como un vecino más– no solo estaba de acuerdo sino que andaba pensando en cómo conseguirlo.

“La noche que nos conocimos con Gabriela y  ella me dijo que era maestra y que le gustaban los niños, a mí se me prendió el foco y dije –¡Uy, esta es la propia, la profesora que necesitamos!–. Porque aunque tenía la idea de hacer una escuela, yo no soy profesor, pero ella sí”.

Gabriela estaba realmente fascinada con el lugar, pero no veía niños por ahí como para montar una escuela. Yassith de inmediato le preguntó a un amigo que estaba al lado  –José, ¿cuántos hijos tienes tú?– Y este le respondió que tres. Y luego en voz alta le preguntó a otro –Arnulfo, ¿cuántos hijos tienes tú?–. Y este le dijo que tenía dos. La respuesta era nítida.

A Gabriela le sonó la propuesta, aunque quizás se hubiera podido quedar como una conversación casual. Pero cuando regresó a Buenos Aires siguieron conversando con Yassith. Empezó a convencerse de que no era mala idea y a pensar juntos cómo podría concretarse aquel sueño. Regresó otra vez a Playa Blanca para ver cómo era la cosa.

Después de analizarlo bien Gabriela le dijo: “No pongamos una escuela sino una biblioteca, porque aparte de maestra soy especialista en literatura y si me voy a venir y cambiar mi vida necesito hacer algo que me guste muchísimo”. Y así nació el proyecto.

Entre una y otra cosa, se enamoraron. 

Una maleta y un árbol

Eso fue en 2014. Hoy, nueve años después, la Biblioteca Popular de Playa Blanca es un refugio alegre para los niños de la comunidad y aquellos que vienen del resto de la isla. 

El haber adoptado el esquema de biblioteca les ha permitido trabajar en distintos formatos y actividades, así como ser más flexibles para atender a la población de niños, pues muchos acompañan a sus padres cuando vienen a trabajar en las playas, sobre todo los fines de semana. Así, su público es doble: los niños propios de Playa Blanca y los del resto de la isla que vienen ocasionalmente.

Comenzaron con una gran maleta de libros que trajeron de Buenos Aires cuando Yassith viajó a ayudarla con aquel viaje de trasteo y de cambio de vida. Con la valija y los libros acomodaron un lugar para comenzar a hacer talleres y leerles cuentos a los niños, que nunca faltaron. “Poco a poco empezaron a aparecer los espacios, los estantes y así fue creciendo hasta convertirse en muchas cosas, no solamente una biblioteca”.

Y uno de esos primeros espacios, fue el pequeño parque que se empezó a armar alrededor del árbol de mangle zaragoza que fue creciendo junto con la biblioteca y el hogar de Yassith y Gabriela. “Empezó a tomar forma de espacio de juegos y entonces les propusimos a los chicos visionar para que se convirtiera en un parque, en los juegos que tendría, ellos hicieron bocetos. En el 2018 lo inauguramos llamándolo Territorio de Infancia”. De allí destaca la colorida casita del árbol, las lianas de tela y la telaraña de cuerdas, todo alrededor del mangle que les da soporte y sombra, como un integrante más de la comunidad.

Pero antes que el parque estuvo el salón. Un día de 2015 llegaron Angie Giraldo y Daniel Gómez, unos turistas de Medellín que se fascinaron con el trabajo que la pareja estaba haciendo. Les preguntaron cuál sería su sueño.

“Le dijimos que por el momento queríamos un salón de clase para que cuando lloviera los niños no se mojaran y para proteger los materiales que comenzábamos a tener. Al regreso a Medellín ellos consiguieron unos padrinos y nos preguntaron datos concretos de cuánto podría costar ese salón. Yo coticé los materiales y la mano de obra y ellos recogieron el dinero y con eso lo construimos, además que nos regalaron insumos como témperas, colores y un tablero”, rememora Yassith.

Así, detrás de una idea venía otra y pedaleaban juntos hasta darle forma. Pero llegó la pandemia que en 2020 frenó al mundo entero. Fue por aquel tiempo que aprendieron a presentarse a convocatorias y estímulos. Ese es un trabajo arduo porque hay que llenar formularios, redactar ideas, hacer cronogramas y presupuestos, cumplir tiempos y formatos, etc.

Pero, como un reto más, aprendieron y así le dieron nuevos impulsos -en plural- a la biblioteca: han ganado convocatorias con el Ministerio de Cultura, con el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, con la fundación estadounidense Red Colny; con el Grupo Argos, que ha sido un gran apoyo, junto con otras fundaciones que actúan en la isla, mediante el proyecto Cultura Ciudadana, que agrupa a ocho organizaciones comunitarias de Barú.

La biblioteca hoy

El paso del tiempo les ha mostrado que el formato de biblioteca ha sido mucho más versátil y adecuado tanto para el contexto y para lo que ellos querían. Una escuela –que aún se necesita en Playa Blanca– es algo mucho más institucional, para lo que se requiere más personas y presupuesto; un sueño ambicioso que ahora Yassith ve más posible que antes.

La biblioteca, en cambio, puede generar proyectos más rápido y adecuarse más a cada situación. Pero no es solo un tema de libros y cuentos. Han ido mucho más allá.

“Pensamos la biblioteca como una forma de escuela diferente, no como una estructura cerrada, sino como un movimiento donde podemos circular por el territorio para aprender de lo que tenemos en la isla o con los sabedores que también son maestros y tienen mucho conocimiento”, dice Gabriela.

De esas reflexiones salió el proyecto La Escuela Circular en el que se aprende de los pescadores, de los artesanos, de la flora y fauna circundante, del ecosistema. Su alcance también ha ido más allá de los niños. Hay experiencias de formación con adultos y con madres comunitarias. También están haciendo sus primeros pinitos en investigación. Y el tema de diseño y audiovisual ha estado presente desde el primer momento.

“La idea es que la biblioteca venga a complementar las propuestas que existen en la isla, desde el arte, el juego, la identidad o la etnoeducación. Ahí estamos, en esta lógica de encontrar apoyos y recursos que nos sirvan para hacer crecer todas estas ideas y cosas que vienen sucediendo”, explica Gabriela.

Así la biblioteca se ha convertido en un espacio vivo en el que se contribuye a mantener la identidad en estos tiempos en que Playa Blanca se ha convertido en un epicentro turístico. De aquella playa casi desierta de hace una década hoy no queda un espacio vacío en el frente de playa. 

El turismo, por supuesto, es mayor en los fines de semana o los puentes festivos. Les sucede que padres que vienen desde Santa Ana o Ararca a veces pierden a sus hijos de vista pero no se preocupan porque seguramente están en la biblioteca, que además al estar en el fondo de la playa se convierte en un refugio seguro para ellos.  

Los primeros niños de hace diez años hoy son adolescentes. Y en esta década han nacido más niños en Playa Blanca. Yassith y Gabriela han puesto de su parte: hoy son padres de tres niños varones y de Lila Marly, quien nació justo por los días que se escribía esta historia.

Gabriela Paula Galíndez

Yassith Vásquez Julio

Corporación Artística Cultural 

Biblioteca Popular de Playa Blanca

www.playablanca.org 

En redes sociales y Youtube buscarla como 

Biblioteca Popular Playa Blanca

Celular: 301 273 04 30

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La Barulera

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