MEJORAR LA VIVIENDA Y LA VIDA

Ciento cincuenta familias de Santa Ana y Ararca serán beneficiarias de mejoramientos de vivienda que, además, impulsan otros progresos para las personas.

Es una iniciativa del Grupo Argos y la Fundación Santo Domingo que va más allá de ofrecer una mejora material -bienvenida siempre- para integrarla con temas de empleabilidad y productividad.

El programa comenzó en mayo, con la planeación y las mesas iniciales de trabajo. A partir de ahí se identificaron a las familias beneficiarias. 

Luego se verificaron las necesidades y se hizo un diagnóstico. En general las intervenciones son de tres tipos: nivelación de pisos, adecuación de cocinas y construcción o adecuación de baños.

Luego, vivienda por vivienda y en conjunto con la familia, se priorizó lo que se iba a hacer. De ahí salieron los diseños finales, particulares para cada vivienda pues cada caso es distinto. Siempre con el acompañamiento de una empresa contratista, que también contribuye con la construcción para garantizar la solidez técnica de todo lo que se realice.

Como contrapartida uno de los miembros de la familia debe participar en una formación en temas constructivos como vaciado de pisos, enchape de paredes y pintura, instalar sanitarios, lavamanos y duchas. 

Luego, una vez hechas las prácticas en su propia casa, esas habilidades podrían ayudarles en otras oportunidades laborales.

Felipe Walter Correa, gerente de estructuración de proyectos en la Fundación Santo Domingo destaca que es una solución integrada a otras iniciativas en marcha, no solo una intervención puntual. 

“Las familias perciben de manera muy directa el mejoramiento de lo que muchos dan como algo garantizado. Una señora nos contó hace unos días que su mayor felicidad fue cuando le llevaron el sanitario. Ella le había rogado a Dios por tener ese servicio y lo sentía como el mejor regalo que había recibido en mucho tiempo. Puede ser algo elemental para muchos, pero profundamente transformador para quien lo tiene por primera vez”, nos dice. 

Felipe nos informa que en la actualidad hay dos contratistas trabajando en paralelo y a buen ritmo acompañando a las familias beneficiarias por lo que se espera que para diciembre estén completas las ciento cincuenta soluciones.

María Maritza Villero

“Esto era de mi papá, de la época que quien necesitaba cogía terreno. Tuve primero una casa de bahareque y boñiga que se me cayó. Luego otra de paredes de latas de zinc. Ya después mi esposo construyó esta, donde criamos a nuestros seis hijos”.

“Primero vinieron a hacerme una encuesta y anotaron que no tenía baño y que el cuarto estaba sin piso. Después vino la mejora. Yo antes iba al baño de donde mi hija, al lado. Le doy gracias a Dios a los que me pusieron este baño. Y la plantilla que le instalaron a buena parte de la casa. Ahora pido que Dios me de la fuerza a ver si le pongo baldosa a toda la casa. Estoy muy contenta”. 

Eugenia Arévalo de Contreras

“Ararquera nacida y criada hasta que la muerte me separe. Esta es la calle de las Flores. Esta casa tiene más de veinte años de haberla levantado, después de que me separé del marido: –tú te quedas allá y yo me vengo para acá–. La hice con bloque desde el principio, no como las de antes”.

“El principal problema es que cuando llovía yo podía poner un bote y pescar aquí en la sala, porque el agua se me metía. Ahora le doy gracias a Dios que cuando llueve ya no tengo que achicar agua. Esto fue lo que me dieron como mejoramiento hace menos de tres meses: ya no piso ‘chinita’ sino mi plantilla de cemento. Y también me hicieron el mesón de la cocina con su repello, estuco y pintura. Una bendición que no me esperaba. ¡Yo aquí voy para adelante!”.

Una tradición de avances

Los mayores recuerdan que cuando eran niños las casas de Ararca y Santa Ana se hacían con techo de palma y paredes de barro amarillo y boñiga de vaca, que se recogía temprano, antes salir el sol. Las encalaban con caliche y algunos las pintaban de colores. El piso era de tierra. Había un solo espacio donde dormía toda la numerosa familia, un patio grande y sin un baño como los actuales: el fondo del terreno o, si acaso, una letrina.

Eran casas que se hacían entre la familia y con materiales a la mano. Costaban más esfuerzo que dinero. Sin embargo, no garantizaban las mejores condiciones de aseo y salubridad.

Luego empezaron las mejoras. Coincidieron con la llegada de la Fundación Santo Domingo a comienzos de los años 90. En consulta con la comunidad, uno de los primeros esfuerzos de la Fundación fue el mejoramiento de viviendas. Aquel primer programa comenzó en 1992 y terminó en 1996, cuando se entregaron las escrituras. Tuvo un gran apoyo del Inurbe, la institución previa al Ministerio de Vivienda. 

El SENA formaba a los vecinos, principalmente hombres. El Inurbe daba subsidios para mejoramiento en la modalidad de autoconstrucción, que principalmente estaban destinados a las áreas húmedas: cocina, baños y letrina. En esa dinámica llegó la Ferretería Astemaco para suplir los materiales y se instaló una pequeña fábrica de bloques, operada por vecinos de la comunidad. También  llegaron los ‘carromuleros’, unas pequeñas carretillas jaladas por burros que llevaban los materiales a cada casa.

Y aunque al principio había alguna desconfianza de la comunidad, al final el esquema funcionó: los subsidios alcanzaron para mucho más que las zonas húmedas y casi todas las familias pudieron reconstruir completamente sus viviendas: 520 en Santa Ana y 180 en Ararca.

Al año siguiente, en 1997, la Fundación comenzó la Urbanización Altos de Santa Ana. Era también por autoconstrucción, con trabajo comunitario por cuadrillas. Nadie sabía cuál sería su casa al final, así que el compromiso era total. Fueron 70 familias beneficiadas. Las casas fueron entregadas en 1999 y en 2015 se escrituró el lote a nombre de la asociación de vecinos.

En 2008 hubo otro proyecto de mejoramiento, esta vez para diecisiete familias de Ararca, liderado por la Fundación Hernán Echavarría Olózaga, la Fundación Argos, Corvivienda y el Minuto de Dios.

Más que un piso

“Los estudios demuestran que este tipo de intervenciones mejoran mucho la calidad de vida de las familias, la asistencia y los resultados educativos, así un impacto directo en salud, pues cuando los niños crecen en un piso de concreto se exponen menos a infecciones y enfermedades”, explica Felipe. 

Un ejemplo de hasta qué punto llega el impacto está en la mejora de la letra de los niños, mediante una cadena de efectos invisibles a primera vista. Un niño aprende a gatear más rápido y más seguro en un piso nivelado. El gateo tiene un impacto directo en la motricidad fina, que nos ayuda a hacer las cosas más precisas con las manos. La motricidad fina está en la base de una mejor letra, que a su vez repercute en otras esferas de la vida.
Las mejoras no solo son materiales y físicas, sino también subjetivas. En otras experiencias similares los beneficiarios se han sentido más seguros (cuando se mejoran puertas y chapas) o con mayor privacidad (cuando la intervención implica hacer divisiones internas).

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La Barulera

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