¡El BULLERENGUE!

Este baile cantado -génesis de otros ritmos de la generosa música caribe de Colombia- nació en nuestras tierras y se ha expandido hasta llegar al Urabá. Una memoria de sus raíces en nuestra zona insular, donde han nacido cantaoras memorables y que está viendo un resurgir brioso a pesar de la competencia de la música comercial. 

A pesar de esa dispersión de la semilla o de algunas variaciones en la ejecución, todos reconocen que su origen está en Bolívar, en particular en las poblaciones de mayoría negra  que huían de la esclavitud y se asentaron en la región del canal del Dique -en pueblos como María la Baja, Rocha, San Pablo, Evitar, Mahates o Soplaviento– y en la zona insular de Barú y Tierrabomba.

La historia simplificada se remite a que Cartagena era el puerto de llegada de los hombres esclavizados provenientes de distintos lugares de África. Aquí se congregaban para hacer sus celebraciones en los días festivos, en los enclaves o haciendas lejanos de la ciudad y en las rochelas o palenques, donde se organizaban los negros cimarrones tras huir de los amos españoles.

Por orden histórico primero vendrían Barú y Bocachica y ahí comenzaría la diáspora. 

“Su germen africano es la única certeza. Con la llegada a América, la experiencia de los africanos y sus descendientes fue aún más rica a nivel cultural de lo que fue en sus lugares de procedencia, puesto que se fundamentó en una mezcla arbitraria de orígenes étnicos que vinieron a reintegrarse configurando nuevas costumbres mixturadas”, describe una tesis académica. El bullerengue nacido de esa mixtura se convirtió en un elemento de la identidad negra en su nuevo contexto americano.

“Se tiene información que grupos considerables de pobladores de la isla de Barú se establecieron en el Urabá, tanto que en algunos municipios como en Turbo y alrededores, conmemoran las fiestas de independencia de Cartagena”, dice una fuente.

En Arboletes, Antioquia o en Puerto Escondido, en Córdoba, también la tradición oral señala que los primeros cultores del bullerengue provenían de Barú. Hombres, en particular, que trabajaban en los campos. Una versión enlazada con esa explica que el bullerengue nació entre los hombres pescadores, que en el puerto de Cartagena se congregaban para cantar y bailar. Y que luego las voces masculinas fueron reemplazadas por mujeres.

Otras versiones van en sentido contrario. “Bajo la presión a la que fueron sometidas durante la época de la esclavitud, (las mujeres) lograron encontrar refugios para compartir entre ellas, en relación con sus procesos hormonales, en especial para la menarquía de las adolescentes, e incluso para las parturientas y su puerperio; recurrieron a ritos ancestrales de percusión, canto y palmoteo, cuya danza buscaba calmar sus dolores y celebrar la fecundidad y la vida, por encima de la opresión y la muerte impuestas por el régimen colonial”. Según esa hipótesis, los hombres se fueron integrando a esa actividad en la que la sabiduría ancestral era portada por las mujeres.

En la tradición más reciente las cantaoras han sido las figuras más notables y apenas en las últimas décadas han aparecido cantaores, pues el rol principal del hombre era tocar los instrumentos

Las voces insulares

Santa Ana, en Barú, puede enorgullecerse de haber dado a luz a cantaoras que marcaron una época.

La primera de ellas es Etelvina Maldonado, la mayor exponente de la zona insular, con una voz de un tono altísimo que atravesaba el sonido de los tambores como si fuera un instrumento más. Ella se marchó jóven para Arboletes, en Antioquia, donde cantaba con los Valencia. Años después regresó a Cartagena y se unió con el grupo Candilé, uno de los más reconocidos y afincado en el barrio Chino. Luego formó su propio grupo con gente como Stalin Montero, Cecilia Silva, Dilma González, Víctor Medrano Caicedo, quien vive en Caño del Oro y era su tamborero, donde con altibajos y apoyos del Consejo Comunitario ha intentado impulsar la tradición en su papel de gestor cultural.

Otra nativa de Santa Ana es Candelaria Romero Payares, la popular ‘Cande’, hoy por encima de los noventa años y a quien el pueblo le tiene tanto cariño que bautizó con su nombre la plaza principal. De joven se fue para Bocachica, donde cantó por muchos años antes de regresar a su pueblo natal. Fue el primer personaje que entrevistamos para La Barulera, en la edición dedicada a Santa Ana.

En el pueblo de Barú se recuerda a Haydé Angulo, Rosa Inés Castro, Catalina Cachete Medrano, Zoila, Brigida de Avila, Sunilda Villamil o don Gumercindo Castro, que era un gran tocador de tambor, según la memoria de Mariela Zúñiga, quien impulsó estas tradiciones allí.

En Bocachica se recuerda entre las mayores a Mamarita Cardales, Petrona Morelos, y Casemira Rocha. Y hay una nueva generación con intérpretes como  Johana Jaraba y Merelit Morales, quienes han ganado premios en el festival de Puerto Escondido, uno de los más reconocidos. 

En la tradición las cantaoras se ganaban el prestigio con los años, cuando ya eran señoras de unos cincuenta años para arriba.  Eso sí, ellas se protegían mucho la garganta con alguna bufanda y no podía faltar el chirrinchi o el ñeque porque decían que esos licores tradicionales les ‘arrechaban’ la voz.

No había escuela formal ni formación vocal o de técnica musical; todo era fruto del aprendizaje directo y la larga práctica. En el bullerengue no se enseña sino que se aprende al escuchar los cantos y los versos, o al ver los pasos de las bailadoras y los golpes de tambor. Por eso son muy importantes las fiestas en los pueblos, donde coincidían unos y otros; y en los últimos años los festivales.

El bullerengue hoy

Afortunadamente el bullerengue se expandió y brotó en toda la región Caribe de Cartagena hacia abajo, hasta el Urabá e incluso en Panamá tienen su propia tradición. Esto ha causado que haya distintos énfasis en los ritmos y las tradiciones.

“En Bocachica mantenemos la tradición tal cual es el bullerengue. En otras regiones, por ejemplo, han tergiversado el baile del fandango de lengua y parece que estuvieran bailando tambora o currulao. Hay que innovar, pero sin salirnos del patrón tradicional”, nos dice Belmir Caraballo, quien nos dió el contexto general de este artículo y quien ha sido jurado en festivales. 

A Belmir lo ilusiona que hayan nacido en los últimos años al menos seis grupos de bullerengue que se sumaron a la tradición de Candilé o de Luna Alegre de Carex, que fundó él mismo. También por la existencia de festivales en toda la región -que permiten mantener la tradición y el intercambio de conocimiento- y la aparición de voces jóvenes y de cantaores hombres. “El bullerengue en Cartagena está efervescente”, nos dice con alegría.

Recuadro:

Ritmos, instrumentos y vestuario

Hay tres ritmos básicos:

El bullerengue sentao, que como su nombre lo indica es más reposado, lo que da la oportunidad para que la cantaora entone largas frase en las que se marca el sentimiento, las entonaciones y los registros vocales. Etelvina Maldonado era muy fuerte en este ritmo, que también es el que más se practica en nuestra zona insular.

El fandango de lenguas es una variante rítmica más ágil en la que se lucen más los bailarines. Ese es el mismo nombre genérico de todos los bailes cantaos, así que se puede prestar a confusiones para los que no son conocedores. Es el ritmo del que más se perdieron letras tradicionales.

La chalupa es el más alegre de los tres, con un tiempo rápido, ágil y más idóneo para las fiestas y en los versos de la cantadora son más cortos y las frases más centelleantes.  La Niña Emilia, la del famoso Coroncoro o Irene Martínez eran muy diestras en este ritmo.

Los instrumentos son:

El tambor llamador o macho es el que lleva el ritmo o voz principal.

El tambor alegre o hembra que lleva el tiempo.

Las maracas están rellenas con trozos de vidrio o de loza, que rememoran cuando las esclavas rompían la loza de los amos en un gesto de rebeldía.

En unas regiones se utilizan más las palmas de las manos y en otras estas se reemplazan por las tablas o ‘pataconeras’.

El vestuario usualmente se compone de pollerones largos y floridos, con blusas y mangas embuchadas con rizos y sin rizos; un pañolón o golilla en el cuello y flores de bonche rojas o blancas en el cabello; así como largos collares de bolas blancas y aretes de abalorios.

Para saber más (disponible en internet)

El ritual del bullerengue. Por Lina Marcela Silva Ramírez. Socióloga y Magíster en Historia de la Universidad de Antioquia. En la revista Credencial

Bullerengue,  baile cantao del norte de Bolívar. Dinámica de transformación de las músicas tradicionales  en el Caribe colombiano. Del antropólogo Edgar H. Benitez Fuentes. 

El bullerengue: la génesis de la música de la costa Caribe colombiana. Por Manuel Antonio Pérez Herrera. En la revista El Artista (número 11 de diciembre de 2014). Universidad Distrital Francisco José de Caldas. 

Bullerengue urabaense: música memoriosa en resistencia. Tesis de grado de Paula Andrea Zapata Calero, como historiadora de la Universidad Javeriana. 2017.

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La Barulera

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