El TEJAR DE LOS JESUÍTAS EN TIERRA BOMBA
La comunidad religiosa llegó a tener posesión de al menos una tercera parte de la isla y generó allí gran riqueza por casi dos siglos.
La historia comenzó de carambola. Los jesuítas habían edificado parte de su convento sobre la muralla misma. Se trataba de los baluartes de San Francisco Javier y San Ignacio y el lienzo de la muralla entre ellos. Hubo un pleito largo pues la Corona necesitaba restituir esa parte de la defensa de la ciudad. La opción más directa era que los jesuítas derribaran su edificio.
Al final quedaron obligados a levantar el tramo completo de la muralla que habían tomado, pero unos metros más allá del original. Ese es el origen del actual espacio peatonal entre el edificio donde hoy funciona el museo Santuario San Pedro Claver y un lienzo de muralla que comunica con el parque de La Marina.
Pero levantar esa estructura militar costaba un buen dinero. Solo la cal era un insumo costoso, que llegó a generar ordenanzas del cabildo para que los ‘señores de la cal’ se la vendieran solo a Cartagena y no a poblaciones que se la disputaban como Mompox o Turbaco.
Los jesuitas, que tuvieron una bien ganada fama de administradores, tuvieron que ingeniar una manera de ahorrar costos. Fue entonces cuando entró Tierrabomba en la ecuación.
Necesitaban las piedras adecuadas; hornos para hacer cal y ladrillos; madera para mantener activos los hornos; buenas arcillas, entre los materiales principales. Y mucha mano de obra: los hombres esclavizados, traídos casi todos de África, que costaban mucho dinero.
Tierrabomba les solucionaba todo eso en una sola tacada, para seguir con los términos del billar: canteras, maderas, buenas arcillas y esclavos a precio rebajado, como ya veremos.
En la punta de Tierrabomba, donde hoy está el pueblo del mismo nombre, encontraron la estancia de San Bernabé. Alguna versión indica que primero la alquilaron. En 1631 se la compraron a doña Catalina de Navas, hija del propietario de la isla de Carex, como se llamaba entonces a Tierrabomba, casada con Baltasar de Escobar.
Un mapa de 1734 muestra que la caballería tenía una forma cuadrada, pero hay indicios de que luego fue alargada cubriendo casi todo el flanco de la isla que da hacia Bocagrande y llegando casi hasta el actual Caño del Oro. Una ‘caballería’ era una medida colonial para terrenos que hoy llamaríamos una hacienda.
El sistema productivo del tejar no se ubicaba solamente en la hacienda original. Una de las canteras, por ejemplo, quedaba en Caño del Oro. También había una casa o unidad productiva cerca de Bocachica, al otro lado de la isla.
Esclavos a la mano
Cuando los portugueses tuvieron el monopolio del comercio esclavista, desarrollaron un enclave en Punta Perico, en el actual Caño del Oro (como ahora lo prefieren llamar la mayoría de sus habitantes) para curar a los esclavos que llegaban en malas condiciones de salud tras la salvaje travesía desde África.
Hay que tener en cuenta que ellos eran considerados como mercancías y por tanto los enfermos, flacos o malnutridos valían menos que los esclavos fuertes y en buen estado de salud. Los indígenas habían sido exterminados por vía de las enfermedades, los combates o la dispersión a tierras más recónditas. Y si los hubiera, los hacendados y productores estaban obligados a pagarles un salario por cuanto en teoría eran súbditos del reino.
Esa vocación de enfermería sería la que tiempo después influiría en organizar en Caño de Loro el leprocomio colonial que duró hasta hace unos setenta años, pero esa es otra historia que ya contamos en nuestra segunda edición.
Al parecer los jesuitas negociaban a buen precio aquellos esclavos que aún tenían capacidad de trabajo, pero no estaban al cien por ciento de sus condiciones: alguno con algún brazo roto o cuya recuperación iba a tomar mucho tiempo, por ejemplo.
Y lo sabemos porque como eran tan buenos administradores llevaban libros de registro y contabilidad que han llegado hasta nuestros días, con detalles de cuántas personas trabajaban allí y cuál era su oficio.
Aquel resultaba un buen destino para los esclavos, en medio del contexto de la época. Los jesuitas solían darles mejores condiciones de vida y de trabajo, los enseñaban a leer y escribir y en general tenían un nivel educativo mejor que el de sus compañeros de infortunio. No en vano esta era la comunidad de San Pedro Claver y una de las que más se preocupó por el destino de los hombres esclavizados.
Se sabe que al tejar llegaron hombres esclavizados de las castas Mandinga, Mina, Arara, Chambá, Tempó y Popo. Esos registros resultaban no solo del buen orden administrativo sino que les eran útiles para la evangelización de otros hombres de esas mismas etnias.
Una nueva industria
La industria de los hornos era grande y estaba desperdigada alrededor de la bahía, pero no tenemos una relación certera de cuáles fueron primero y cuáles después. Hay indicios de que primero fueron los del lado de Barú, Pasacaballo o Albornoz y que el tejar de los jesuitas abrió ese frente productivo en Tierrabomba.
Tras cumplir con la reconstrucción de los baluartes, los jesuitas le encontraron una nueva vocación a sus hornos y haciendas: la loza fina para los hogares pudientes de la ciudad, que seguían creciendo a gran ritmo en la medida en que Cartagena se convertía en un puerto clave para sacar el oro, la plata y las piedras preciosas de todo el territorio.
Pensemos esto: una sociedad en desarrollo como aquella necesitaba platos, vasijas, jofainas, aguamaniles, candelabros, floreros y muchos elementos más de alfarería para la vida cotidiana que se conocen desde los comienzos de la civilización. Casas, cuarteles y conventos, que abundaban en la ciudad, requerían de estos productos.
Pero luego las clases altas requerían de una locería más elaborada, que denotara su estatus. Traerla de España resultaba muy costoso y se prefería traer en los barcos otros elementos más redituables como vinos, aceites y armas. En ese nicho de mercado se fijaron los jesuitas para elaborar una loza semejante a la cerámica mayólica española que tenía terminados vidriados y por tanto eran más vistosos pero también más durables.
Era un producto fino que con el tiempo tuvo mercado en otras regiones del Caribe. Se han encontrado piezas del tejar en Cuba, Venezuela y Panamá.
Los estudiosos han encontrado dos tipos fundamentales de cerámica elaborada en el tejar: una de carácter más básico que llamaron ‘Cartagena Rojo Compacto’ y la segunda, más fina y esmaltada, que llamaron ‘Mayólica de Cartagena’, aunque ambos se hacía a partir de la misma pasta de arcilla. También elaboraban ladrillos, tejas y tubos para la conducción de agua, elementos todos que no dejaban de ser requeridos por una ciudad que construía todo el tiempo.
Un golpe de suerte les ayudó aún más. Tres embarcaciones portuguesas encallaron en la Boca Grande y pronto alrededor de ellas se sedimentó el terreno de bajos que ocasionalmente generaban un paso firme de manera que Tierrabomba a veces se convertía en península en lugar de isla.
Como después de aquel incidente ya no podían navegar por allí ningún navío, esto obligó a abrir el paso de la Boca Chica y a replantear todo el sistema defensivo de la bahía.
Y como el mal para algunos resulta en bien para otros, la sedimentación aquella dio paso a un camino transitable entre la isla de Tierrabomba, justo frente al tejar de los jesuítas, y la ciudad. Se ahorraban así otro costo de transporte, que no era menor. También se ahorraba daños en los productos, dado que el acomodo de la carga en pequeñas embarcaciones es más riesgoso y complicado. Hay evidencias de los daños en canoas en Preceptor y Alcibia “debido a los porrazos de los ladrillos que los esclavizados dejan caer en el tiempo que las cargan”.
Otro giro favorable
Lo de aquel paso terrestre duró algunas décadas, pero la ocurrencia de abrir un pequeño canal a través de él resultó en una movida contraria: al agua reclamó lo que le había quitado la sedimentación y volvió a cubrir ese espacio.
Como ya estaba consolidado el cerrojo defensivo de Bocachica, tener de nuevo un paso abierto por Bocagrande representaba el riesgo enorme de que los enemigos encontraran la puerta abierta para entrar.
Por eso se decidió construir una escollera submarina entre Tierrabomba y Bocagrande para que el fondo de los barcos se destruyeran al intentar navegar por allí. ¿Y dónde podían conseguirse las piedras y los materiales para construirla? Por supuesto, en las instalaciones de los jesuítas.
De manera que de aquellos hornos y canteras surgieron los materiales que levantaron la escollera, que aún existe y en ocasiones puede verse desde al aire como una línea recta por debajo de la superficie del agua.
Todo parece indicar que la expulsión de los jesuitas de la Nueva Granada, a partir de 1767, marcó el declive del tejar. Luego éste fue administrado de manera que se complementaba y prestaba mano de obra con los tejares de Alcibia y Preceptor.
Lo que queda
Al menos había tres grandes hornos: uno para cerámica, otro para el vidriado y uno más para cal. Solo uno de ellos sobrevivió hasta nuestros días, reconvertido por la población en un aljibe para almacenar agua dulce. Está a orillas del mar y se puede visitar.
Entre los estudios que se han hecho hay buena arqueología, un análisis del sistema productivo y hasta una reconstrucción aproximada de cómo lucía el tejar completo con al menos diez unidades productivas como los tendales de los hornos, para secar a la sombra, para la cal o el pozo. Todavía no está clara la historia de los linderos a lo largo del tiempo: en general, los distintos mapas dan luces, pero también generan muchas preguntas y zonas grises.
En la actualidad se pueden encontrar piezas provenientes del tejar en instituciones como el Castillo de San Felipe, el Museo Histórico de Cartagena, el Fuerte de San Fernando, en el Museo Comunitario y en manos de diversos habitantes de Tierrabomba pues la producción fue abundante, duró mucho tiempo y los restos están diseminados en áreas amplias o en capas muy superficiales del suelo. De hecho, muchas piezas son en realidad desechos de producción por no haber quedado bien cocidas, o sobrecocidas o presentar desperfectos.
La erosión costera ha hecho que buena parte del terreno del tejar esté ahora bajo las aguas.
Para saber más:
Agradecimientos al historiador Rodrigo Alfaro, de la Escuela Taller, quien nos dió el marco general de comprensión de esta historia.
Quien quiera profundizar puede encontrar en la web la tesis Arqueología de la producción, distribución y consumo de la cerámica del Tejar de San Bernabé en los Siglos XVII y XVIII en Tierrabomba (Cartagena), de 2019 y autoría de Laura Victoría Baéz, que a su su vez articula los hallazgos de muchos estudiosos como Enrique Marco Dorta o Monika Therrien y su equipo de trabajo.
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