QUINCE SUEÑOS BARULEROS
Este semestre quince jóvenes de Barú comenzaron sus estudios profesionales bajo un esquema de becas que van mucho más allá de la matrícula académica y le apuntan a fortalecer tanto sus vocaciones como a la comunidad de donde provienen.
El sueño de estudiar en Cartagena para un bachiller del corregimiento de Barú empieza a frustrarse cuando hace las cuentas del transporte: al menos quince mil pesos de ida y veinte mil de vuelta solamente para llegar hasta la zona urbana. ¿Y la buseta hasta la universidad? ¿Y el almuerzo? Tranquilamente un día de clases le sale por cincuenta mil pesos como mínimo. Por veinte días al mes. Por al menos cuatro meses de clases cada semestre. Sin contar la matrícula, las fotocopias y los libros.
Las cuentas no dan. Por eso el que quiere estudiar busca irse a vivir donde un familiar o un conocido, perdiendo así el arraigo cotidiano con su comunidad. Muchos deciden luego quedarse en la ciudad o simplemente la vida laboral los va llevando a esa decisión. Barú entonces pierde un talento que podría sumarle al desarrollo de la comunidad.
Todo esto explica el enfoque integral que asumió la Asociación Somos Barú al diseñar un plan para que más jóvenes del corregimiento puedan graduarse como profesionales. Los quince seleccionados de la primera generación comenzaron este febrero a cursar una carrera técnica en Comfenalco. Si se mantienen firmes y aprueban esa primera meta podrán pasar a una carrera profesional. Tenían la libertad de escoger cualquier carrera de la Fundación Universitaria Tecnológico Comfenalco. Estas son sus carreras:
María Isabella Castro Geliz | Tecnología en gestión turística y hotelera |
Kendi Gómez Simanca | |
César Luis Castro | |
Kiarla Katherine Fernández Salas | |
Keylin Gómez | Tecnología en seguridad e higiene ocupacional |
Cianit Zúñiga Cortés | |
Bladiluz Julio Torres | |
Andrea Hernández Pacheco | |
Lindi Naomi Pérez Pacheco | Tecnología en gestión turística y portuaria |
Yasnei Cabarcas Gómez | Tecnología en gestión de marketing |
Sebastian Molina Gómez | Tecnología en contabilidad sistematizada |
María José Hernández Cardales | Trabajo social |
Luz Dary Gómez | Tecnología en producción industrial |
Alberto José Zúñiga | Tecnología en producción de plantas y procesos industriales |
Luis Barreto | Tecnología en desarrollo de software |
La intención de Somos Barú es que esta primera promoción contagie a los que vienen atrás. Que se sientan en igualdad de condiciones con muchos otros jóvenes de Cartagena. Muchas instituciones y manos amigas han ayudado -incluso alguien pidió que su regalo de bodas fuera ayudar con una de las becas- pero aún faltan recursos para asegurarles el ciclo completo.
Isabella Castro tiene diecisiete años y vive en Barú desde los siete con sus tíos y abuelos. Terminó el año pasado en el Colegio Luis Felipe Cabrera, como sus demás compañeros becarios. Le tocó difícil con las restricciones por la pandemia.
La nueva dinámica le está exigiendo bastante. Colabora en el restaurante de la familia desde que llega de la universidad, al final de la tarde, hasta la medianoche. “Me levanto a las cuatro de la mañana para alistarme, bañarme, maquillarme y desayunar; a las cinco de la mañana tenemos que estar en el playón, que es el punto de encuentro donde nos recoge el bus. A las 6:30 estamos llegando a la universidad, nos traen desayuno o una merienda y entramos a clase; a las 12:30 nos traen el almuerzo y a la 1:30 nos viene a buscar el bus. Cuando nos quedamos hasta más tarde nos facilita otra merienda”, nos cuenta.
La rutina la comparten todos pues solo hay un bus de ida y regreso. Cuando algunos deben tomar clase hasta las tres los demás aprovechan para estudiar un poco más, mientras el bus los espera.
“Estoy estudiando Gestión Turística y Hotelera y si saco un buen promedio me dan la de Administración de Empresa: es como tomar dos carreras en una. Escogí administración porque quiero montar mi empresa en Barú para generar empleos hacia mi comunidad; me veo viviendo en Barú, no quisiera salir de la isla”.
A Kendy Gómez y a sus compañeros de la generación del 2020 la pandemia les canceló el sueño de vivir juntos el último año de bachillerato. “Cuando terminé, quería seguir en una carrera universitaria y empecé con un curso de cosmetología y a estudiar inglés dos horas diarias. Por eso me tocó venirme a Cartagena. Luego la fundación llegó a Barú con la sorpresa de que iba a darle una beca a quince jóvenes. Nos postulamos veinticuatro. Nos exigía un promedio de 3.5. Las personas que ganaron su beca la escogieron en los programas de Comfenalco porque con esa universidad es el convenio”.
Lindi Naomi Pérez, nacida y criada en Barú, vio cómo la beca se le iba de las manos. Ella es de la generación de 2018, que en un primer momento no estaba cobijada. “Después del grado hice un técnico de un año de mesa y bar en el SENA. Hice las prácticas en el hotel Isla del Encanto. No tenía la oportunidad de estudiar porque pasaba todo el tiempo en el hotel y como ayudaba a mi familia no tenía para pagar una universidad; quería conseguir un trabajo que me diera suficientes ingresos para pagar una carrera, pero no cumplí esa meta hasta que se dio esta oportunidad, gracias a Dios”.
Cuando le anunciaron que estaba seleccionada tenía dos ofertas firmes de trabajo en hoteles de Barú, pero no lo dudó “Me dije –¡No. Qué carajo. Voy a estudiar!–. Ni lo iba a pensar. Me sale mejor ir a estudiar y ser universitaria e instruirme antes que estar trabajando”.
Tampoco tuvo muchas dudas en elegir la carrera técnica en gestión logística y portuaria, que también se combina con administración de empresas. “Desde pequeñita siempre me gustó la Armada y me presenté dos veces, pero no pasé. Me decepcioné porque las personas que no les gusta y lo hacen por obligación sí pasan y yo que sí quería no pasé. En la información de las carreras vi que esta tenía que ver con buques y puertos, temas cercanos a lo de la Armada. Por eso la escogí”.
“No es lo mismo estar en un colegio que en una universidad: no se compara. La educación de la universidad es fascinante. Al principio tuvimos una semana de inducción, con matemáticas, escritura y cosas así. Eso nos ayudó a ir adaptándonos al ámbito universitario”, dice mientras el autobús los regresa a Barú.
“En los primeros días todos estábamos emocionados. Ni dormíamos a la venida; todo el mundo hablando y poniendo música y tal. Pero ahora sí estamos sintiendo el meque con dos semanas levantándonos a las cuatro de la mañana. Obviamente salimos cansados. A veces nos montamos y nos decimos –Cómo te fue, mañana qué clases tienes—, cosas así, pero a los pocos minutos cada uno está cabeceando en su asiento”.
Desde un mercado hasta la estación de policía
Desde 2017 algunos vecinos de Cholón trabajaban por su cuenta para contribuir en lo posible en la solución de problemas en el corregimiento de Barú, principalmente. Las circunstancias los fueron uniendo y la pandemia actual terminó por consolidarlos como organización.
“La Asociación Somos Barú es hija de la pandemia”, resume Ángela María Matiz Filella, quien está al frente de esta organización que ha hecho mucho en muy poco tiempo. Ella, su esposo, Jaime Villa, y sus vecinos Daniel y Diana Posen coincidieron en la necesidad de contribuir con las comunidades y el territorio donde tienen sus casas. “Ninguno de nosotros tenía experiencia en el manejo de fundaciones, así que no pensamos en términos de programas sino de las necesidades concretas por resolver”, explica Ángela.
Y la primera necesidad urgente fue la de la seguridad alimentaria en la fase más dura del confinamiento por Covid 19, en 2020. Unieron fuerzas y repartieron mercados básicos para las tres comunidades de la isla: Ararca, Santa Ana y el corregimiento de Barú. Luego vieron necesario aportar con tapabocas, alcohol, camisetas con mensajes y cursos para la comunidad en aquel momento cuando todos estábamos aprendiendo sobre el virus y su manejo.
Pero detrás venía un problema más estructural. La Institución Educativa Luis Felipe Cabrera, en el pueblo de Barú, se quedó sin profesores, pues estos vivían fuera del territorio. Los estudiantes se quedaron en el aire, con unas guías mensuales de trabajo y sin internet para integrarse en una virtualidad a la que casi nadie estaba acostumbrado. La amenaza de un rezago educativo era inminente. La organización de vecinos actuó para asegurar que todos los estudiantes tuvieran acceso suficiente a internet hasta final de aquel 2020. Fue la primera actividad formal bajo el sello de Asociación Somos Barú.
Angela María recalca que Somos Barú no existiría sin el apoyo de muchas organizaciones y personas. En primer lugar el Consejo Comunitario de la Comunidad Negra de Barú y los vecinos del corregimiento, con quienes se consulta cada nueva iniciativa. No hay un gran donante detrás o algún fondo de recursos sino principalmente la capacidad de gestionar y articular apoyos de diversas instituciones.
El ‘arriesgón’
Esa capacidad de organización se puso a prueba con la reconstrucción de la subestación de la policía, una obra que iniciaron sin un peso, pero con la conciencia de que era algo imprescindible. La estación, según los registro de video, estaba en condiciones lamentables. Tal era el daño que tuvieron que cambiar el enfoque inicial de intervenir hacia uno de reconstruir totalmente.
“Era un tema de dignificar el oficio de los policías, de que lo puedan hacer en unas condiciones razonables y que sean respetados por la comunidad. Fue un ‘arriesgón’ pero para lograrlo nos apoyaron treinta y cuatro instituciones y personas”, dice Ángela. Se enorgullece de que la reconstrucción ha contribuido a cambiar el entorno: a la vuelta se instaló un pequeño café, se pintaron murales y en general está más limpio y organizado.
La decisión de adecuar la subestación en lugar de hacerlo con el puesto de salud ocasionó el inconformismo de algunos vecinos, que veían esta como una necesidad más urgente y no dudaron en divulgarlo por redes sociales. “Por una parte se trata de un puesto de salud que está funcionando en concesión por el distrito, asignado a una empresa. Y por otra, en temas de salud no se trata solo de hacer una edificación sino de operar todos los días. Eso implica un nivel de complejidad, de experticia y de sostenibilidad que nosotros no tenemos”, explica.
La asociación opera actualmente en una pequeña oficina en Manga, pero aspira a tener pronto su sede en el poblado de Barú. Hay mucho por hacer y los fundadores esperan concitar más apoyos de empresas, instituciones y el Estado. Incluso que vecinos que no se han vinculado y que quizás nunca hayan ido al pueblo se animen a contribuir con una causa que al final es un beneficio para todos.
Asociación Somos Barú
Edificio Twins Bay – Torre Bancolombia Of 2101
Tel: +57 (5) 6925133
GINA PÉREZ: SEMBRADORA DE COMUNIDADES
Su mayor gusto ha sido iniciar organizaciones a donde quiera que haya ido. Líder comunitaria, cultural y de identidad afro, diseñadora, modista, emprendedora, madre y esposa. Santa Ana es su hogar y su misión desde hace veintidós años.
SAN FERNANDO: UN GUARDIAN CENTENARIO
Fue una de las últimas piezas en encajar en el sistema defensivo de Cartagena. Para llegar a la bahía interna primero había que superar el formidable aparato defensivo que hacía con el San José y el Santa Bárbara, en Bocachica.
PESCADORES DE MANGLE
En Santa Ana y Ararca dos organizaciones comunitarias trabajan con la Fundación Grupo Argos para restaurar sistemas ecológicos de manglar en la península de Barú, en una iniciativa que conjuga lo local y lo global.
El LAZARO BOMBARDEADO
En esta historia hay un hospital, una ciudadela para enfermos de lepra, un pueblo dividido y un bombardeo que hace setenta y dos años casi borra del mapa a Caño del Oro.
HISTORIA BREVE DE BARÚ Y TIERRA BOMBA
Seguimos el relato histórico de estos territorios insulares, de la mano del historiador Rodrigo Alfaro. ¿Cuándo, cómo y por qué llegaron los habitantes negros, cuya cultura y vida social definen en gran medida lo que son hoy Barú y Tierrabomba?
UNA RADIOGRAFÍA ACTUAL
Calixto Polo, uno de los líderes más reconocidos, nos ayuda con una visión panorámica de los avances, temas y preocupaciones que viven hoy los vecinos de Caño del Oro. Preside la Asociación de Usuarios en Salud (Asodeus) y coordina el Comité Comunitario de Emergencias (COMBAS).
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