SAN FERNANDO: UN GUARDIAN CENTENARIO

Fue una de las últimas piezas en encajar en el sistema defensivo de Cartagena. Para llegar a la bahía interna primero había que superar el formidable aparato defensivo que hacía con el San José y el Santa Bárbara, en Bocachica. 

El entramado defensivo de Bocachica nació de manera inesperada, con una fecha muy específica de inicio: el 17 de marzo de 1640. Aquel día, una nave capitana y dos galeones se hundieron en la entrada de la ‘Boca Grande’, entre Tierrabomba y el Laguito. Como su nombre lo indica, era la boca con canal más ancho para la entrada de las naves. Por eso el primer cerrojo de murallas quedaba en ese sector, de lado y lado de las aguas. 

Alrededor de aquellos navíos hundidos se acumuló pronto la arena hasta obstruir el paso navegable. En ese entonces lo que hoy conocemos como Bocachica era un pequeño cauce rodeado de manglar, que no tenía ninguna defensa militar pues la manigua ya era un obstáculo formidable. Así que para abrir el paso de navíos había que abrir primero el canal y después defenderlo militarmente. No fueron tareas fáciles.

El antecesor

San Luis fue el primer fuerte de Bocachica. Fue diseñado por el ingeniero Juan de Somovilla en 1646, pero su construcción se prolongó hasta 1661 por la falta de fondos. El reconocido ingeniero militar Juan Bautista Antonelli fue el responsable de la obra, hasta su muerte, en 1649.

“El castillo tenía una base cuadrada con cuatro baluartes regulares en los ángulos; contaba con foso húmedo con camino cubierto, un puente estable, dos aljibes, un patio de armas, una puerta de socorro orientada al oeste y la puerta principal en el frente del este”, según detalla Fortificaciones de Cartagena.

El barón de Pointis lo rindió y arruinó en parte durante el ataque de 1697. Vino luego una restauración entre 1719 y 1728, a cargo de Juan de Herrera y Sotomayor. En 1741 le llegó el peor golpe durante el ataque de Vernon, que lo destruyó por completo. Tanto, que en lugar de reconstruirlo se optó por diseñar y levantar desde cero el fuerte de San Fernando, unos trescientos metros al sureste. Lo que quedaba en pie del San Luis fue demolido y sus restos sirvieron para cimentar el fuerte de San José.  

Un cerrojo militar

El estrecho paso de Bocachica tenía una enorme ventaja militar: en muy poco espacio se podía disponer de un aparato de defensa eficaz, a diferencia del paso por Bocagrande, que fue un rompecabezas que nunca acabó de encajar del todo porque había que disponer las piezas en un territorio muy amplio que implicaba a Tierrabomba, a todo el frente costero desde los actuales El Laguito hasta la punta de Bocagrande, con refuerzos adicionales desde el otro lado de la bahía.

El San Fernando se concibió como un conjunto que funcionaba al unísono con la batería de San José, al frente, y con el fuerte-batería de Santa Bárbara, en la misma Tierrabomba, pero más virado hacia la bahía interna. Al ingresar al estrecho desde el mar abierto un barco enemigo sería recibido primero por el nutrido fuego del San Fernando; luego, sin dejar de recibir aquel bombardeo, tenía que enfrentar el fuego cruzado a distintos niveles entre el San José y el Santa Bárbara al intentar el paso por el cruce de Bocachica. Todo en un contexto en que el canal navegable era estrecho y los locales sabían al dedillo cómo se movían las corrientes y el viento. Arriba de ellos, desde el cerro, la batería del Ángel San Rafael protegía las posiciones costeras.

Era un cerrojo militar preciso, que resumía los conocimientos de fortificación de varios siglos y su adaptación a las condiciones del mar Caribe y las flotas navales existentes en la época. El nombre se le puso en honor al rey Fernando VI.

Dos propuestas

Mientras que sobre el diseño del San José y del Santa Bárbara hubo acuerdos relativamente rápidos, sobre el San Fernando sí que hubo diferencias, que retrasaron su construcción por los enfoques opuestos entre el gobernador Ignacio de Sala -conocidísima autoridad en la materia- y el ingeniero militar Juan Bautista  MacEvan, en los que intermedió el virrey José Pizarro. El litigio duró años y fue llevado hasta la corte en España para que allí se tomase la decisión.

Mac Ewan proponía su ubicación actual mientras que el gobernador argumentaba que debía estar emplazado en la colina detrás del poblado de Bocachica, para quedar fuera del alcance del fuego enemigo y defender la playa, que antes había sido el punto débil por donde se habían tomado la isla en los ataques previos de franceses e ingleses. También había diferencias sobre la forma del San Fernando, que resultaba de decidir la mejor táctica para detener a los navíos enemigos.

Después de idas y venidas, fue elegido del proyecto de MacEvan, por “menor costo y más eficacia”, según describe Enrique Marco Dorta, uno de los autores más respetados en estos temas. Pero quien debía dirigir su construcción, por su función, era el propio gobernador de Sala. 

De Sala recibió con caballerosidad la decisión de la Corona, pero le preocupaba lo difícil de cimentar esa gran estructura en una playa. Para peor, un huracán se había comido una parte de ella y la playa había cambiado desde que se hiciera el diseño original. Por eso fue necesario mover el fuerte un poco más hacia adentro de tierra.  Las obras, como temía el gobernador, resultaron muy costosas. 

Obras en marcha

El gobernador fue sustituido en 1753 por el brigadier Diego Tabares y al frente de las obras de fortificación quedó Lorenzo de Solís, en reemplazo del fallecido Mac Evan, quien alcanzó a enterarse del triunfo de su propuesta. Las obras comenzaron el 12 de marzo de 1753 bajo cargo directo del ingeniero Antonio de Arévalo.

La plantilla de trabajo de su vecino, el San José, era de “unos doscientos cincuenta hombres, entre forzados y esclavos, además de varios maestros albañiles contratados en la ciudad”, describe Dorta. Los forzados eran los maleantes, cuya condena eran los trabajos forzados en las obras de Bocachica, según había decidido el gobernador. Esos números dan una pista de lo que requería un fuerte como el San Fernando, de mayor complejidad.

Un informe de Solís de 1754 daba cuenta de los avances del San José y el San Fernando. A este último le había hecho unos ajustes que consideraba indispensables, pero que en esencia no alteraban el plan de MacEvan. San José quedó listo en 1756 y las obras del San Fernando continuaron hasta 1759. El 31 de julio de ese año se colocó la última piedra.  En octubre fue entregado al comandante de la plaza luego de haberle instalado los cincuenta y dos cañones que eran toda una declaración de intenciones para quien quisiera tomar militarmente el complejo o pasar una nave sin autorización.

Si el lector coteja las fechas habrá notado que la construcción del San Fernando estuvo muy cerca de la Independencia. La geopolítica había cambiado. La época de piratas y corsarios había quedado atrás. Muy pronto, con el advenimiento de la república su función militar quedaría en desuso y nunca más sería utilizado para esos fines.  

Una mirada contemporánea

“Para mí es una estructura magnífica por su emplazamiento y por lo dominante en su territorio, por la misma conformación arquitectónica de la estructura, su planta de herradura, las baterías colaterales, el glacis que aún existe y aún no ha sido tragado por el urbanismo sin control que hay en la isla en este momento”, nos dice la arquitecta Claudia Rosales, quien estuvo a cargo de estos temas en el reciente diagnóstico para el Plan Especial de Manejo y Protección. 

Además de la estructura militar, Claudia valora especialmente “dos grandes aljibes, enormes y hermosos, que son una construcción de bastante envergadura para la reserva de agua de ese entonces. Todavía están en pie y reciben agua, pero no la albergan en óptimas condiciones”, agrega Claudia, quien en la continuación de este artículo, en la próxima edición, será nuestra guía para comprender la actualidad de esta estructura patrimonial de los cartageneros.

Un lenguaje especial

La arquitectura militar de nuestra Colonia recogía una tradición de siglos, que remontaba a las murallas medievales, que a su vez bebían de fuentes más antiguas. Fortificar los poblados y ciudades fue una de las primeras actividades complejas de las sociedades humanas. Todo eso resultó en una terminología que hoy nos suena a otro idioma.

Recogemos aquí una descripción que no pretendía ser técnica sino divulgativa hecha por Enrique Marco Dorta. Sin embargo, son tantos los términos específicos que vale la pena leerla para intuir la complejidad de este saber y también para saborear un poco esos términos antiguos. 

“El fuerte de San Fernando quedaba virtualmente terminado también: estaban concluidos la muralla real y sus parapetos, las banquetas, la linterna de caracol, el recinto exterior y la plataforma de la plaza de Armas; faltaban el merlón de la cara derecha del baluarte del Rey y su banqueta (…) En la portada principal se había colocado el arquitrabe, el friso y una parte de la cornisa”.

“También estaban acabadas las bóvedas de los baluartes y cortina intermedia, con sus “puertas, ventanas y rastrillos, rejas de ventilación y portas de las troneras”: las de la porción circular y las altas estaban terminadas, aunque las de la puerta principal y los “peristolos laterales” aún tenían puestas las cimbras. El muelle y toda la obra exterior del fuerte -fosos, contraescarpas, contraminas, fogatas, rejas de ventilación, perfiles y terraplén del glacis– estaban igualmente acabados: tenían labrada la cantería para concluir “la cornisa del cornisón y frontón de la portada y se estaba tallando el escudo con las armas reales destinado a decorar el tímpano del frontón”. 

Para saber más:

  • Las fortificaciones de Cartagena de Indias. Estrategia e historia. Rodolfo Segovia Salas. Carlos Valencia Editores. Tercera edición. 1987.
  • Cartagena de Indias. La ciudad y sus monumentos. Enrique Marco Dorta. Cuarta edición. Publicada por Fortificaciones de Cartagena de Indias en septiembre de 2021 en versión facsimilar idéntica a la primera edición de 1951.
  • https://fortificacionescartagena.com.co/es/ y sus redes sociales son una fuente oficial y confiable de información general sobre este patrimonio de la ciudad. 
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La Barulera

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