¡BENDITA EL AGUA!
La relación de estos territorios con el líquido vital ha sido muy compleja. Se vive rodeado del agua de mar, pero conseguirla potable y corriendo de una llave -como en el resto del Distrito- parece una tarea de titanes que aún no se consigue del todo.
De hecho, Cartagena misma casi no se fundó porque no había una fuente cercana y segura de agua potable. En la península de Barú y la isla de Tierrabomba las cosas no eran mejores, aunque siempre ha habido pozas de agua subterránea que “lloran” si se les hace el mantenimiento adecuado. Usualmente se trata de agua salobre, útil para lavar ropa y el aseo general.
“Si nos íbamos a lavar en las pozas, de regreso traíamos un tanque acuñado en la cabeza para cocinar y la ropa metida en la porcelana; desde niños aprendíamos a manejar el agua en la cabeza, como las palenqueras”, nos explicaba una vecina.
Unos pocos afortunados tienen algún ojo de agua en su propio patio. No hay que imaginarse un pozo clásico, de ladrillo y desbordante de agua clara. Estos, al contrario, son fuentes de las que mana poco líquido salobre y que hay que recolectar pacientemente en baldes.
Pero el agua para consumo humano era algo distinto. En la época colonial estaban los aljibes y albercas: unas construcciones con refuerzos estructurales para soportar el peso del agua. Se recubrían con unos pañetes tan resistentes que aún hoy, tres o cuatro siglos después, algunos aún funcionan bastante bien. Si no se mantenían adecuadamente eran fuente de enfermedades por el agua estancada o los mosquitos que podían proliferar en ellos.
En el fuerte de San Fernando hay un aljibe de proporciones monumentales, literalmente para el contingente de soldados que allí se apostaba. Aún hoy presta servicio a la comunidad. El diseño del fuerte estaba hecho de tal manera que las aguas lluvias corrían hacia el aljibe y se desaprovechaba poco líquido. Ha sido el mayor avance al respecto en los últimos tres siglos.
En Caño del Oro aún quedan visibles unos aljibes más modestos, como casas pequeñas, que son la herencia del leprosorio que existió allí desde la Colonia. Uno se adaptó como vivienda y otro sigue usándose como colector de agua.
Para el agua doméstica había recipientes especializados como las jofainas y los aguamaniles. La primera era una vasija de barro que servía para mantener fresca el agua de beber. El segundo para lavarse las manos. Todavía en algunas casas se ven, ahora más como adornos que como artículos útiles.
En el tejar de los jesuitas, en Tierrabomba, esta comunidad religiosa instaló una fábrica que producía muchos artículos de cerámica y barro cocido para las casas de la ciudad, entre ellos debió haber jofainas y aguamaniles.
En el poblado de Barú había un pozo grande, que llamaban el Pozo de Barú, en el que los ancestros recogían el agua lluvia y al que había que ir con burros y carretillas a llenar los calambucos. Por la plaza de la Bonga había tres pozos pero que apenas ‘lloraban’ unos pocos baldes de agua al día. Una fundación permitió que la comunidad use el pozo que antes era privado y del que mana un poco más de agua.
Llega el agua
Las primeras poblaciones en disfrutar de agua corriente han sido Ararca y Santa Ana, quizás por la mayor cercanía con la ciudad.
“En Ararca las casas tienen tubería de Aguas de Cartagena, con suficiente fuerza. El agua funciona como hace diecisiete años y ya nadie la arrea ni se baña en las pozas. Estas se secaron porque ellas necesitan que uno las está manteniendo; cuando se ciega ya no le cae más agua y tienen que ‘cobarla’ cada vez que llueva”.
Pero en el poblado de Barú y en todos los de Tierrabomba el agua corriente es un sueño que no se ha podido concretar. En Caño del Oro o Bocachica abundan los tanques pequeños, medianos, grandes y gigantes, de la altura de una casa. El tanque pequeño cuesta mil pesos y hay que comprar unos cinco para cubrir a medias las necesidades de una casa para unos pocos días. “Si uno hace cuentas litro por litro a nosotros nos sale más cara el agua dulce que a los barrios más lujosos de Cartagena”, reflexiona un vecino, en un comentario que varios nos han dicho de distintas maneras.
Hay la ilusión de que pronto vendrá. Ya ha habido trazados para conectarlos y se habla de que vendrá una tubería desde Barú a Tierrabomba, pero en los poblados no se evidencian mayores avances.
En Barú fuimos hasta la pileta o tanque de almacenamiento que con alguna regularidad recibe agua enviada por la Alcaldía . Es de cemento armado, del tamaño de una casa grande, está cubierto y cuenta con una motobomba. El agua en sí es gratuita, pero los vecinos pagan quinientos pesos por galón a quienes se la llevan hasta la casa. También hay puntos donde se vende el agua, a la manera de una tienda de barrio.
De ese tanque se desprende una tubería sencilla que desemboca a una llave pública de agua, que a los ojos del transeúnte distraído podría parecer una cajilla de contador eléctrico o de gas a ras de suelo. Al contrario de lo que podría esperarse, dado que en el pueblo no hay acueducto, no había nadie haciendo fila esa mañana.
–Es que anoche llovió bastante– nos explicó una vecina.
En efecto, la lluvia aquí significa el ajetreo de recoger y de estar pendiente de que los sistemas caseros para recolectarla estén limpios. En distintas casas tienen un sistema que recoge toda el agua lluvia del tejado y la conduce por canales y bajantes hacia un tanque central.
En el pueblo de Barú se tiene la esperanza, pero no la certeza de que el servicio llegará pronto. Recuerdan que se habló de llevarlo al menos hasta Punta Iguana y que incluso ahí quedó una señalización de la obra, pero no se avanzó más.
En Bocachica o Caño del Oro no existe un tanque comunal como ese, así que el reparto del agua se hace en carrotanques o motos que las llevan a la casa y que se ha convertido en una actividad económica por sí misma.
“Es increíble que en una isla como Tierrabomba, apenas más pequeña que San Andrés, al frente de una ciudad que mueve la riqueza que mueve Cartagena, no haya agua potable y que tenga indicadores de pobreza de país subdesarrollado”, nos dijo una fuente conocedora de la isla.
Pero sin alcantarillado
En Santa Ana y Ararca el problema ahora es otro. A la hora de elegir entre pavimentar calles o poner el alcantarillado se eligió lo primero.
Hacer un alcantarillado es muy costoso, en general: es un sistema complejo que abarca a toda una población y también debe prever su desarrollo futuro. No se puede hacer de manera dispersa y sin coordinación, con tramos corriendo en direcciones contrarias. Y hay que disponer dónde desembocarán esas aguas, lo que puede generar otro problema ambiental.
En Santa Ana hay un canal al aire libre que más o menos cumple esa función para una parte del pueblo, aunque afea el sector por donde pasa y se acumulan los malos olores. “La maldad es que en las calles no hay alcantarillado, así que todas las aguas de los patios salen a la vía y por eso las calles están horribles. Y como las calles están pavimentadas para meter el alcantarillado hay que partirlas de nuevo”, explica otro vecino.
¿Y pa’cuando el acueducto?
Los acueductos de Santa Ana y Ararca provienen de un ramal desde Mamonal. En Acuacar hay un proceso que data de al menos 2016 para el diseño del acueducto de toda la isla, incluyendo: “dimensionamientos hidráulicos, estructurales, civiles, arquitectónicos, eléctricos, mecánicos, electrónicos y la ingeniería conceptual y de detalle para la construcción de los componentes del sistema de acueducto para la Isla de Barú”.
Se señala en ese documento, publicado en la página web de Acuacar, que todos los componentes del ramal de Mamonal “deben ser ampliados, reforzados, optimizados y extendidos para ampliar la capacidad de suministro hacia la Isla”.
Al frente, en Tierrabomba, se habla de que el ramal que llegará hasta la isla también vendrá desde Mamonal, pasando por debajo de las aguas de la bahía. También de que ya hay trazados.
Del mismo 2016 data una convocatoria que Acuacar para los estudios hidrogeológicos que, entre otros objetivos, buscaban hacer inventario de pozos y manantiales y determinar la presencia de acuíferos subterráneos. Se mencionaba como otro objetivo: “Establecer zonas recomendadas para perforación de pozos profundos que puedan utilizarse como fuente de abastecimiento”.
Hace algo más de un año, Acuacar señaló que “2021 será un año de muchos proyectos, ideas e inversiones que apuntan estratégicamente a la construcción del parque solar fotovoltaico como fuente de energía limpia, continuación del Plan Maestro con la llegada del agua potable a las islas Tierrabomba y Barú…”.
Llama la atención que ese objetivo sea considerado estratégico y aparezca entre las primeras metas de la institución. Pero ya pasó el 2021 y aquella loable e indispensable meta aún no se ha cumplido. Las comunidades mantienen la esperanza.
–Espero ver el agua corriendo del grifo antes de cerrar los ojos para siempre, porque ya están midiendo las calles para instalarla– nos dijo una abuela en Bocachica. Ojalá se le cumpla el deseo, que es el de miles de familias en unas comunidades que también son Cartagena.
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