TIERRA BOMBA

El poblado de Tierrabomba tiene al frente –como en un espejo– a Bocagrande, con la que hasta tuvo un cordón umbilical. Es difícil pensar en un contraste mayor y sin embargo ha sabido mantener su identidad, su raigambre de cultura negra y su buen modo de vivir. Muchos no cambiarían su pueblo por la moderna ciudad que tienen al frente.

Este es un pueblo de dos pisos. El primero queda a la orilla del mar y surtió a la ciudad colonial de los materiales para una parte de sus murallas, de vajillas finas y loza corriente, de cocos y pescado. Es el mismo pueblo que el oleaje se ha ido tragando a mordiscos hasta hace muy poco. 

Arriba, en una meseta que antes era el sitio enmontado o para los cultivos de pancoger, está naciendo un nuevo poblado, más extendido, con cuatro sectores y buena brisa, con parque infantil, cancha de fútbol y el comienzo de un trazado urbano. Aquí y allá hay lotes que esperan su casa; en otros, las viviendas muestran el difícil camino de la autoconstrucción; y en algunos se ven buenos terminados y calidad de vida.

Muchas familias se fueron mudando de sus casas en primera línea de playa hacia esa zona alta. La familia de la lideresa Rosa Cervantes, una de las más tradicionales de Tierrabomba, estuvo entre ellas. Los mayores tomaron un terreno en lo alto que con el paso de los años han ido subdividiendo para que las nuevas generaciones pongan su casa. 

Así los Cervantes viven pared con pared, atentos los unos a los otros. Ya no queda más espacio para subdividir y eso mismo es un reflejo de lo que pasa en el resto del poblado, que en algunos años no tendrá más para donde crecer pues casi todo ya está loteado o vendido.

La casa de la abuela de la familia Cervantes es el lugar a donde todos llegan, pero algunos han levantado una terraza para que la extensa familia se pueda juntar en las fechas especiales. Desde allí se ve Bocagrande al alcance de las manos y abajo el pueblo viejo.

Después de guiarnos por el pueblo nuevo nos hemos detenido allí. Rosa nos señala en algún punto entre el mar y los espigones el lugar donde quedaba su casa y creció jugando con sus hermanos. El agua se la llevó. Si queda algo está debajo del agua.

Después Rosa nos muestra los espolones nuevos ubicados para frenar la erosión costera. “En algunas partes han empeorado el problema. Si hubieran escuchado a los nativos sobre cómo orientarlos hubiera funcionado mejor, pero como ellos son los que saben”, dice irónicamente refiriéndose a los responsables de construirlos.

Tan cerca y tan lejos

“Yo me acuerdo que una señora llamada la Nena se paraba allá; ellos tenían el restaurante de Marciana ahí en el Laguito y ella gritaba desde aquí “¡Ebiiiiiira!” y allá se escuchaba; entonces no había tanto ruido y el sonido podía atravesar hasta la otra orilla”.

Así lo recuerda Michel Martínez, hombre de fe y dueño de la única ferretería grande y depósito del poblado. Está ubicada en la parte baja, a la mano del nuevo embarcadero.

“Mi abuelo materno, que se llama Manuel Anaya y todavía está entero a sus noventa y cuatro años, nos contaba que vivía en Bocagrande y que de allá lo echaron como perro hacia acá y que cuando él vino ya estaban varias familias. Que en Bocagrande no había nada, sino pura mata ‘rasguñagato’; que el primer edificio fue el hotel Caribe y que la arena y las piedras para construir las llevaban de aquí a puro remo porque no había motor”.

A puro remo, como en la Colonia, cuando los jesuitas consiguieron aquí canteras de piedra coralina para reponer los tramos de muralla que se habían tomado para erigir el claustro que todavía existe en el Centro Histórico. Los baluartes de San Francisco Javier y San Ignacio y el lienzo de la muralla entre ellos se hicieron con piedras y cal de Tierrabomba.

Los jesuitas terminaron por poseer al menos un tercio de toda la isla que cubría el frente que da frente a la ciudad. Aquí levantaron un tejar que proveía a la ciudad de cerámicas de uso cotidiano, pero también de unas vajillas muy apetecidas en toda la región. 

Antes de ellos hubo una base poblacional de esclavos de origen africano que ayudó a construir el entramado defensivo que tenía su contraparte en Bocagrande y Castillogrande, cuando los barcos entraban a la naciente ciudad por aquí y no por Bocachica, cuyo acceso estaba cubierto de manglares. 

Los jesuitas aprovecharon que a la vuelta estaba Caño del Oro, donde atendían a los esclavos que llegaban enfermos o con problemas físicos. Compraban con descuento a algunos de ellos, que les representaban una mano de obra barata y en cierto sentido agradecida porque las condiciones de vida en el tejar eran relativamente mejores que en otros sitios.

Un paso y un puente

Algún día tres embarcaciones portuguesas encallaron justo al frente. Alrededor suyo se sedimentó el terreno de bajos que ocasionalmente generaban un paso firme de manera que Tierrabomba a veces se convertía en península en lugar de isla. Un paso que se podía hacer a pie y llevar a lomo de mula los productos del tejar. 

Desde siempre se habla de la remota posibilidad de un puente que los vuelva a conectar con el continente. “La distancia es de 1.700 metros”, anota  Michel. Como contraste el puente Pumarejo en Barranquilla mide el doble. En general con quienes hablamos le ven más desventajas que ventajas: se ganaría en conectividad y servicios sí, pero se perdería sobre todo la cultura propia que han logrado mantener. En cualquier caso lo ven como un proyecto supremamente lejano pues ni siquiera las condiciones básicas para vivir están satisfechas.

Edward Antonio Córdoba, nacido y criado en el sector El Bombazo nos comparte su opinión.

“Yo soy cartagenero porque Tierrabomba pertenece a Cartagena y estamos a cinco minutos, pero cuando me preguntan de dónde vengo, respondo que de las islas.. Se sabe que el puente entre Cartagena y Tierrabomba es un desarrollo que podemos tener más adelante, pero a la vez no lo comparto porque ahora estamos viviendo una tranquilidad en la isla donde todo el mundo se conoce y con todo el mundo comparte. Hacer ese puente abre una puerta por donde va a ingresar todo el mundo y así como puede traer turismo puede que no”.

Michel desde la ferretería le tiene el pulso al impulso del poblado pues surte de materiales a las nuevas casas: “Sí hay un crecimiento, los pocos que se han ido ha sido por comodidad, porque no había servicios públicos; pero muchos han regresado. Y no se han ido más porque este es un buen vividero: todos nos conocemos y a pesar de que hay cosas malas, son muchas más las buenas; hay mucha gente tratable y amable”. 

“He visto que la necesidad de uno es la del otro. Por ejemplo si solo tenemos el poquito de arroz pero no tenemos el acompañante o la ‘liga’ uno va a una lancha, espera a un pescador y este le regala un pescado; o si tiene la carnada se va a pescar y consigue la sardina. Hay muchos vecinos de la migración venezolana que se han sentido como en casa, pues no se les ha maltratado ni humillado. Lo digo y lo sostengo, aquí nací y aquí estaré hasta mis últimos días”, agrega Michel con orgullo.

El agua que falta

Edward trabaja desde hace diez años en el sector eléctrico pero paradójicamente extraña cuando no la había en su infancia. “Mi mayor recuerdo es que no había luz. Para mí era un poco mejor que ahora: ya estábamos habituados y había personas que tenían sus plantas eléctricas en las casas. Uno interactuaba con todo el mundo, jugaba aquí y jugaba allá hasta tarde; hoy en día tenemos luz y gas pero entonces convivíamos mejor como comunidad”. 

Igual que en el resto de la isla el problema más evidente es el de la falta de acueducto. Hay que acumular el agua cuando llueve y comprarla por tanques pequeños y grandes. Eso sale más caro que en un estrato cinco o seis, como los barrios de la otra orilla.

Aquellos 1.700 metros parecen haber sido demasiados para llevar ese servicio fundamental. Y ni hablar del alcantarillado, una obra más costosa y con unas enormes implicaciones ambientales. Tampoco hay calles pavimentadas.

El sentir general es que hay abandono de parte del Distrito. Los indicadores socioeconómicos muestran que las condiciones de vida en Tierrabomba están entre las más bajas de la ciudad.

El gran avance de los últimos tiempos provino del nuevo embarcadero que donó la Armada Nacional y se estrenó hace pocos meses. Es una estructura modular flotante donde ahora se puede tomar en buenas condiciones las embarcaciones que van y vienen tanto hacia el Mercado de Bazurto como hacia la playa detrás del Hospital de Bocagrande. 

Salud y educación

Ese centro de salud privado es en la práctica “el hospital de Tierrabomba”, según nos dice un vecino. Está a cinco minutos en lancha y mediante las EPS presta el servicio que no hay localmente.

“Al territorio le hace falta que le tomen más atención porque si miramos, aquí hubo muchas personas capaces de decir alguna vez: -No vamos a votar para mostrar que hacemos parte de Colombia y de quienes tienen necesidades–. Tanto es así que no tenemos un centro de salud y tenemos que ir al hospital de Bocagrande, pero si la EPS no cubre tenemos que llevarlo a otra para que lo puedan atender”. 

Quien dice esto es Luz Patricia Herrera, madre comunitaria por una vocación aprendida. Salió de Tierrabomba a los once años para terminar el bachillerato en Cartagena porque entonces, en los años 90, no había esa opción en el pueblo.

“Mi mayor recuerdo de la infancia en Tierrabomba era escuchar las historias de nuestro abuelo José Isabel, que nos sentaba todas las tardes a contarnos cosas como que en El Laguito no había nada; que cuando ellos vivían en Chambacú los pasaron a una parte de Bocagrande y los pusieron a rellenar el Laguito; cuando ya lo rellenaron los pasaron para acá”. 

“Nos contaba que cuando llegaron aquí iban al monte y una bruja les pasaba cerca, pero que le cerraron el camino, que tenía oraciones para la contra, que esto y que lo otro”, relata Luz Patricia en la sede de su hogar infantil, uno de los catorce que hay en el pueblo. Cada uno cuida a trece niños, lo máximo permitido para garantizar una mejor atención a cada uno.

El hogar funciona en la parte de atrás de la casa y delante, una tienda de variedades que puso su esposo. Al frente, la primera sede de la Institución Educativa de Tierrabomba, que es la única que hay en el pueblo. Está fraccionada en cuatro inmuebles desiguales, a cierta distancia el uno del otro, así que los muchachos no tienen la experiencia de un espacio común y cerrado, como es lo habitual. 

Lo habitual es que los niños salgan de los hogares y pasen directo a este colegio público. No hay opciones de educación técnica o universidades y es algo que todos piden, pues ir a la ciudad les implica pagar la embarcación de ida y vuelta y luego el transporte público desde Bocagrande hasta la institución respectiva. Tranquilamente es un gasto de doce o quince mil pesos diarios, que multiplicados por un mes de estudios, más el almuerzo y los gastos corrientes de un estudiante hacen que para muchos sea inviable pensar en una educación técnica o universitaria.

Luz Patricia empezó como madre comunitaria recién se graduó de bachiller pero no paró de estudiar: técnica, normalista y licenciada, a pesar de la distancia, el trabajo y la familia. Por eso mismo valoraría mucho que los jóvenes pasaran menos apuros de los que le tocaron a ella.

Con la casa del hogar ocupada por jardín y tienda, Luz Patricia y su familia decidieron, como tantos otros, buscar casa en la parte alta, donde estaba el monte en el que la bruja asustaba al abuelo. 

“Él con su trabajo y yo con el mío hicimos una casita allá arriba y nos íbamos a dormir allá, y los hijos se quedaban con mi mamá aquí cerca. Al principio yo le decía a él: –¿Tú sabes qué es levantarse temprano todos los días para venir y atender esto acá? ¡Ooombe, ya quítate esa idea de la cabeza!–. Pero de todas maneras a la pareja hay que apoyarla y me tocó ceder, levantarme temprano y venir todos los días a atender mis niños”, dice.

Mujeres adelante

La relación de pareja de Luz Patricia revela un avance en la comunidad que también ha percibido Adalsi Torres Torres, una joven madre de dos niños y secretaria de la Junta de Acción Comunal -JAC-. 

“Antes había más machismo, pero ahora las mujeres de aquí de Tierrabomba somos más dominantes que los mismos hombres; porque antes el hombre le ponía el pie en el cuello a la mujer y se hacía lo que él decía, porque ellos eran los que trabajaban, traían la comida y ponían todo. Pero ahora las mujeres salen a trabajar o ponen un emprendimiento virtual  y con su ingreso propio ya no dependen del hombre; si tú no trabajas y yo sí, yo salgo con mi plata”, explica.

Pero Adalsi matiza; no son todos los casos, también hay cierta conformidad y falta de abrir horizontes. Nota también con esperanza que ha bajado un poco el embarazo adolescente.

Ella ahora está estudiando una licenciatura en pedagogía infantil en la Universidad Nacional a Distancia, que implica ir ocasionalmente a la ciudad. Justamente el tema educativo es el que más quiere impulsar desde la JAC.

“Aquí hay mucha deserción. Lo que pasa es que de viernes a domingo, los niños, incluso algunos de siete a ocho años, se embarcan en una lancha a ganar dinero o trabajan en la playa y al ganar dinero pierden el deseo de ir al colegio”.

“Otra causa de la deserción es que las instalaciones, que no están acondicionadas para que los niños se concentren en un espacio adecuado. Lo otro es que así como hay profesores buenos hay otros que no están por vocación”, se lamenta Adalsi, hija de profesora y educada con criterio pedagógico.

De aquí no se van

Adalsi viene de otra de las familias tradicionales del pueblo: los Torres. Aunque la madre los crió en Bayunca, las venidas a Tierrabomba eran constantes porque aquí está el núcleo de todos.

“Acá uno se sentía más abierto y relacionado con los primos o nos íbamos para donde las tías porque la familia era más grande. Allá el pescado es de agua dulce, pero el de aquí es de mar y siempre había porque mis tíos son pescadores”, recuerda Adalsi.

En efecto, la pesca representa uno de los sectores económicos que más se mueve en Tierrabomba, detrás del turismo, que es mayoritario. Sus tíos, cuenta Adalsi, salen tipo cuatro de la mañana y regresan en la noche tras una jornada intensa en mar abierto. Ahora se ayudan con un GPS que les indica con mayor probabilidad dónde estarán las oportunidades. El resultado de la pesca lo venden principalmente en el mercado de Bazurto.

Los Torres, dice Adalsi, no se van de Tierrabomba, por nada del mundo. Aquí crecieron todos y se sienten cómodos y contentos. Ella, en particular, no se marca un destino tan fijo. “Comparado con los barrios de Cartagena prefiero aquí porque allá hay más violencia”.

Hablando con ella, en la parte alta, uno siente que los Torres tienen razón en querer quedarse. Aquí se siente un poco como si se estuviera en el campo, incluso con alguna manada de chivos o algunos burros pasando de cuando en cuando. Cerca de acá, Playa Linda, que es un secreto que pocos cartageneros conocen y donde atienden nativos de Tierrabomba. Hace falta mucho, pero también en cierto sentido lo tienen casi todo.

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La Barulera

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