BATERÍA DE SAN JOSÉ: UNA JOYA AMENAZADA

Las murallas en la ciudad vieja y el castillo de San Felipe eran las últimas defensas de la ciudad colonial. Para que los enemigos llegaran hasta la bahía de las Ánimas primero debían superar el fuego y las trampas militares de un complejo sistema que comenzaba en Bocachica.

La batería de San José era una de esas primeras piezas clave. Pero hoy está en serio riesgo. ¿Cómo se entrecruzan la función militar para la que fue construido con el cambio climático actual? ¿Qué tiene que ver el paso de grandes buques al frente suyo? ¿Cómo la falta de uso no le está ayudando a sobrevivir? ¿Qué tesoro se está perdiendo día tras día por el hongo y las costras de sal?

Es una historia con muchas capas y matices. Entretenida a su manera, pero al mismo tiempo muy preocupante. Una en la que la comunidad de Bocachica, a unos pocos metros, no está teniendo mucho juego. Y en la que las instituciones a cargo intentan contener el problema sin tener todas las herramientas disponibles y teniendo que atender al tiempo muchos otros frentes de trabajo, todos necesarios e indispensables para proteger nuestro patrimonio. Incluso la pandemia actual ha contribuido a hacer la situación un poco más riesgosa.

Para entender qué pasa hoy con San José hay que echar para atrás, simplificando el relato, con el permiso de los historiadores.

De boca en boca

Al comienzo de la Colonia la entrada de los buques a la ciudad se hacía por Bocagrande. Como su nombre lo indica, esa entrada daba el ancho y la profundidad necesarios y además se podía proteger militarmente con fuego cruzado entre las punta de las actuales Bocagrande y Tierrabomba. Entre tanto la ‘boca chica’, del otro lado de la isla, era un sector agreste, repleto de mangle y vegetación costera. Un tapón natural que hacía inviable el ingreso de una flota enemiga por allí.

El naufragio de unas naves portuguesas (1640) sedimentó la ‘boca grande’ y obligó a cerrarla al paso de los navíos. Comenzó entonces el proceso para abrir el paso de la ‘boca chica’. Ese fue el germen del poblado actual.

El sistema defensivo tomó décadas en ser diseñado, autorizado y construido. Todo ese esfuerzo para que en 1741 las fuerzas del almirante Vernon lo arrasara. Tras la reconstrucción, terminada en 1758, el fuerte de San Fernando y las baterías de San José y Santa Bárbara formaban una tenaza de fuego muy difícil de superar. San José, que mantuvo su planta pentagonal y se le adicionó un brazo con un nivel cercano del agua. Su función era disparar a la línea de flotación de los barcos. Y por ahí comienza la historia de nuestros días.

El mar reclama

Ahora la ‘línea de flotación’ que está en problemas es la del propio San José. Hay fotos antiguas que dejan ver que la línea de troneras de cañón estaban bastante más por encima del nivel del agua que lo que están hoy.

La arquitecta restauradora Claudia Rosales nos lo explica:

“El sector más afectado es la batería baja, ese brazo que se extiende sobre el mar en forma de bumerán. Esa pieza se está separando e inclinando. Si no realizamos unas acciones definitivas contra el cambio climático es probable que esta sea una de las primeras estructuras que vayamos a perder porque está a flor de agua. Hoy está inundado con una lámina de agua de unos veinte centímetros. Ya hay algas en la zona de la plaza de armas, con un daño permanente en el inmueble. Esto nunca debió estar mojado: había unos drenajes para permitir la salida rápida del agua en caso de marea y de lluvias. Hoy están obstruidos por las algas que están creciendo dentro. Eso dificulta el intercambio de agua entre el océano y el interior de la estructura para que esta se limpie sola, por decirlo de algún modo”.

Claudia ha estudiado e inspeccionado en los últimos tiempos el fuerte de San José como responsable de la parte inmueble en el completo diagnóstico para el Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) del Paisaje Cultural y Fortificado de la Bahía de Cartagena.

Hay que recordar que la entrada de Bocachica es un curso de agua ganado al mar, al sedimento y a la vegetación de la zona. Y que estaba diseñado para el paso de las embarcaciones de la época. Un galeón de entonces parecería un barco de juguete frente a los inmensos cargueros de contenedores y los cruceros de turismo que son edificios flotantes. “Hay unos daños ocasionados por el paso de las grandes embarcaciones en la bahía que mueven el terreno en el cual está construido. Esto es una isla y con este movimiento y el oleaje fuerte que genera se está erosionando. Esto, a su vez, ha generado que se desestabilice toda la estructura y haya unas grietas enormes. En una inspección visual reciente vimos elementos que denotan que se han inclinado y las fracturas se han abierto más”.

Y en este contexto, el Covid 19 hizo sentir sus efectos. “En estos casi dos años de pandemia ha habido pocas rutinas de mantenimiento: hay afectaciones en parte superior de las bóvedas, comenzó a crecer maleza y hay drenajes obstruidos. En el aljibe se pueden rehabilitar los canalillos para recoger agua que le sirva a la población del sector”.

En la Colonia esas labores las hacía una tropa acuartelada allí por largos períodos. Hoy la tropa son dos vigilantes, que de restauración y mantenimiento no tienen por qué saber mayor cosa.

Soluciones a la vista

No todo son malas noticias. Tras estar casi abandonado por más de un siglo, al San José se le realizó una intervención de fondo entre 1968 y 1971 que incluso reconstruyó secciones que se habían caído. Se trata entonces de construir sobre lo construido.

“En términos de arquitectura lo fundamental del San José ya está contado y reconstruido. El polvorín es una estructura muy bella con un valor arquitectónico y estético importante. El reloj de sol está en el lugar en el que pocas personas se percatan de su presencia. El aljibe elevado es gigante y daba abasto para muchos días. Se recolectaba el agua lluvia a través de una red de canales sobre la cubierta de las bóvedas y que conducía el agua hasta el aljibe”.

“La solución de fondo debe ser macro, que no solo cubra y proteja la estructura del San José sino la de San Fernando, que también está sufriendo afectaciones. Y debería ir más allá, al nivel ciudad: una estructura que permita que Cartagena pueda contenerse y no termine completamente inundada, como dicen los pronósticos”, opina Claudia, con un ojo puesto en el futuro y en lo que se ha hecho en Venecia, Italia, que tiene varias similitudes con nuestra Cartagena. Sabe que los costos serían muy elevados, pero que igual hay que ir pensando en las soluciones más ambiciosas.

Hay soluciones intermedias, que pueden ayudar. Por un lado hay que recuperar el ritmo de intervenciones que se perdió con la pandemia, pero eso requiere recursos de personas, tiempo y presupuesto.

“Hay un tema importante con San José y es que está aislado. Por ende nadie lo visita ni lo ve. Eso hace que se deteriore. Caso contrario en San Fernando que está cerca del pueblo, es más visitado por los turistas y los mismos isleños. Eso hace que las acciones de mantenimiento, iluminación y limpieza sean más periódicas”, señala Claudia.

Para comenzar, habría que construirle un muelle, como el que debió tener en la Colonia y que reemplace los retazos de embarcaderos que existen actualmente. Pero lo más urgente, en términos de patrimonio material, es salvar los dibujos y pinturas murales, como contaremos en el siguiente artículo.

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La Barulera

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