¡COMENZAMOS!

¿Por qué La Barulera? No hay un nombre histórico o geográfico que agrupe a Tierrabomba, Barú y la parte de la bahía que los une. O que incluso cobije a Pasacaballos y la desembocadura del canal del Dique.

Existe la denominación de ‘Cartagena insular’. Sin embargo, tiene esa connotación periférica con que se suele mirar hacia estos lados de la ciudad. A falta de ese nombre apelamos a la voz indígena Barú, que designaba a toda la bahía, no solo a la península. Así que La Barulera es un nombre incluyente, orgulloso, que reafirma una identidad territorial, más allá de reconocer la pertenencia e integración histórica con el componente más urbano de la ciudad.

Lo paradójico es que mucho de lo que hoy es la Cartagena urbana se lo debe a estos territorios. Los lazos se entretejieron de manera muy fuerte desde la Colonia más temprana. Sin embargo, de unas décadas para acá eso parece haber entrado en el olvido. Un cartagenero promedio quizás no sepa qué es y dónde queda Santa Ana o no haya visitado Ararca o Punta Arenas, pero quizás sus ancestros provengan de ahí.

Estos territorios también son Cartagena, pero al mismo tiempo tienen una historia común, unas comunidades y sus culturas propias, unos desafíos y problemáticas particulares de las que poco se habla en la gran ciudad. Por eso requieren un espacio propio.

La Bisagra

Este viaje, de hecho, comenzó en el barrio que por siglos fue la gran bisagra entre la ciudad colonial y republicana y estos territorios: Getsemaní.

El Proyecto San Francisco -que construye allí el hotel Four Seasons, próximo a comenzar operaciones- consideró fundamental construir una relación sólida, sincera, de mutuo conocimiento y confianza con la comunidad del barrio. No le apostó a un modelo de filantropía y donaciones, como suele ocurrir, sino a ser un aliado que se sienta en la misma mesa con los vecinos, de igual a igual, aportando ideas, conocimientos y su capacidad profesional y humana.

Sobre todo, le apostó a un compromiso indeclinable en la defensa de la vida de barrio tradicional y de su comunidad residente, ante la diáspora creciente de los últimos años y la amenaza real de que se pierda una cultura barrial de casi cinco siglos. Una de las más particulares que pueda conocerse en toda América Latina.

Así nació El Getsemanicense: una revista hecha con las voces, la memoria y los rostros de la comunidad. Con las historias de vida, las tradiciones, los juegos, la gastronomía, pero también con los archivos históricos y la mirada experta de historiadores, restauradores y estudiosos.

La Fundación Santo Domingo estuvo desde el primer momento atenta al impacto de El Getsemanicense en la construcción de una memoria colectiva, del orgullo y del sentido de pertenencia. También del inesperado rol de contarle Getsemaní al resto de Cartagena y a algunas instancias nacionales con interés en nuestra historia y cultura. Nació así Soy Bicentenario, dedicada a la comunidad de Ciudad del Bicentenario, el macroproyecto de viviendas de interés social más grande de Colombia, en la zona de Cartagena más cercana a Bayunca. Allí hoy más de cinco mil familias construyen su futuro en una ciudadela diseñada con altos estándares de calidad de vida. Es una ciudad en desarrollo, que en el futuro podría albergar casi cincuenta mil viviendas.

La Barulera

El Proyecto San Francisco y la Fundación Santo Domingo -con presencia de décadas en Barú- decidieron dar juntas el siguiente paso: traer la experiencia de El Getsemanicense para contar la memoria, la historia, las tradiciones y relatos de Barú, Tierrabomba y sus áreas de influencia.

Se trata de reafirmar los valores de las comunidades a través de las voces de sus vecinos. Esos relatos de vida y comunidad también nos hablarán de los problemas, de las esperanzas y de los miedos. El periodismo tradicional, tan importante para nuestras sociedades, se nos quedó atrapado en las malas noticias. Su dinámica se queda corta a la hora de contar a las comunidades. Ese enfoque empaña el hecho de que la vida también tiene sus alegrías, sus ritos cotidianos, su memoria viva; que existen los problemas, sí, pero que junto a ellos hay mucho más por decir y narrar.

En este empeño hemos contado con el respaldo y apoyo entusiasta de entidades como el Ministerio de Cultura, de la Escuela Taller Cartagena de Indias y de Fortificaciones de Cartagena, cuyos profesionales nos han ayudado con muchísima información y contactos. Lo avanzado por ellos, principalmente en la estructuración del Plan Especial de Manejo y Protección (PEMP) del Paisaje Cultural y Fortificado de la Bahía de Cartagena, nos ha ayudado a tener la noción de paisaje cultural como uno de los principales referentes de esta nueva revista.

Pero el norte fundamental serán las comunidades. En Santa Ana, a la que le dedicamos el grueso de esta primera edición, nos guiaron y dieron su confianza vecinos muy diversos, comenzando por Gina Pérez, líder de Son Afro Santanero y parte del Consejo Comunitario, quien fue nuestra primera guía y quien propuso que la historia de Santa Ana la contaran los mayores. El Colectivo de Comunicaciones Santa Ana, Barú y Ararca, con David Ramos a la cabeza, hizo casi todo el registro fotográfico de esta edición. Varios miembros del Consejo Comunitario nos honraron con sus aportes y relatos. A todos ellos toda la gratitud y la esperanza de haber podido reflejar de una manera justa la historia y la actualidad de esta población, la más grande de la península.

¡Comenzamos!

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