RIQUEZA HUMANA, BIOLÓGICA Y AMBIENTAL

En Santa Ana hay conciencia de aprovechar de manera sostenible su gran riqueza de recursos ambientales y bioculturales. Hay buenos liderazgos y unas iniciativas prometedoras. Si prosperan, pronto podrían convertirla en un referente.

En Santa Ana hay conciencia de aprovechar de manera sostenible su gran riqueza de recursos ambientales y bioculturales. Hay buenos liderazgos y unas iniciativas prometedoras. Si prosperan, pronto podrían convertirla en un referente.

Para comprender los retos ambientales de Santa Ana hay que recordar que estos se insertan en la complejidad ambiental de Barú, que a su vez hacen parte de la complejidad de la bahía y la zona costera de Cartagena, incluyendo el canal del Dique, cuya influencia ha sido y será un factor clave. También hay que entender que Santa Ana no es solo la parte urbana, sino todo su entorno de tierras y de aguas.

¿Tierra o pavimento?

El problema más evidente en la Santa Ana urbana es la falta de alcantarillado. En la calle 20 de Julio hay un sistema para encauzar las aguas residuales sobre la calzada, al aire libre. Pero en muchas calles y callejones el agua servida simplemente rebosa y fluye por sus propios cauces. No son pocos los vecinos que mencionan en gruesas palabras el error de pavimentar sin haber hecho primero el alcantarillado. Alguien dice que estaban cansados de los suelos de tierra y a la voz de pavimentar dijeron que sí, no fuera que se quedaran sin el pan y sin el queso.

Lo paradójico es que las viejas calles de tierra funcionaban muy bien como esponja del agua lluvia. Tras un aguacero se disipaba el polvero y el suelo quedaba liso y listo para un fandango. Pero aquí hablamos también de las aguas servidas, con todos sus problemas de salubridad y medio ambiente.

Un canal definitivo

Se suele pensar en Barú como una isla, pero en términos geográficos es una península. Es decir, tierra firme. Eso, hasta que el canal del Dique generó ese corte que la separó con un trazo limpio del resto del territorio. Y esto tiene implicaciones en su riqueza ambiental. Cuentan los mayores que la zona más rural era antes bosque tropical denso, rico en maderas buenas que fueron taladas para construir la ciudad y que los animales de caza eran los mismos de tierra firme, como los venados.

La creación y rectificación del canal del Dique fue una de las obras de ingeniería más portentosas de la Colonia. Significó conectar a Cartagena con el río Magdalena. Pero antes de él ya existía de una manera natural una especie de desagüe ramificado del complejo sistema de ciénagas y cuerpos de agua de la región.

Toda esa agua dulce creó una tierra muy fértil. Los cultivos se daban bien y eso ayudó a sostener una creciente población a la que nunca le faltaba comida en la mesa. La vegetación también permitió el surgimiento de la industria del carbón que le dio unas modestas entradas económicas a muchísimas familias. Todavía algunos recuerdan cómo se apilaba la madera en torres más altas que una persona y se le prendía un fuego suave que duraba ahumando hasta diez días y al final dejaba el producto listo para llevar al muelle de Getsemaní. La extracción de toda esa madera, más alguna ganadería, fueron factores que contribuyeron a cambiar el paisaje.

Pero, según nos cuenta Edgardo Pacheco, el canal del Dique empezó a llevar sedimentos a la bahía que dificultaban la navegación. Las autoridades decidieron abrirle un brazo para que ayudara a desviarlos. Ese brazo acumuló sedimentos a su alrededor y de ahí nació la bahía de Barbacoas, que hoy percibimos como un fenómeno natural, pero antes el litoral santanero daba a aguas más abiertas.
Como se ve, la relación de Barú -pero muy en particular de la zona de Santa Ana- con las aguas del dique ha sido definitiva. El gobierno nacional ha anunciado recientemente un billonario plan de obras que implicaría la reducción drástica de los sedimentos que bajan por el canal y otros beneficios medioambientales.

La nueva pesca

Santa Ana ha tenido una relación ancestral con la pesca. Fue una importante fuente de seguridad alimentaria y económica, hasta hace unas décadas cuando abundaba y se vendía a mayoristas en Cartagena. Pero, más allá de ese beneficio, es un tema de identidad y cultura. Aquí se pesca desde joven, por gusto y tradición.

Hay varias organizaciones. Algunas de ellas están pensándose más allá del oficio artesanal. Nos reunimos con varios de sus representantes en el vivero de mangle frente a la Casa del Pescador. Es un embarcadero protegido por vegetación, como si fuera una laguna de bolsillo apenas a media cuadra de la plaza principal.

Álvaro Martínez, de la Asociación de Pescadores Ambientales de Barú, santanero de nacimiento, nos cuenta: “Uff, antes la pesca era mucho mejor que ahora. Había más de todo: más especies y más cantidad de cada una. Con un solo lance de boliche algo se sacaba. Ahora lanzas diez veces y de pronto no sacas nada. Lo que sí hay más ahora es mal tiempo, que ni siquiera deja salir a pescar. En gasolina se van mínimo cincuenta mil pesos y hay días en que uno no hace ni diez mil. Claro, hay mejores días, en los que se saca ganancia, pero no es como antes”.

Ariel Rodríguez Romero representa a la Asociación Afropesquera Activos de la Bahía, que agrupa a pescadores más jóvenes. “La pesca ya no es igual. No sé si es un tema de calentamiento global. A la par ha tocado cambiar también las técnicas. Yo me pase de la línea de mano al palangre artesanal, que es una pesca más productiva, con muchos más anzuelos puestos en la noche, para sacar los pescados en la mañana”

Desde las aulas

Yorlis Carolina Barcanegras es una joven santanera que ha participado en varios de esos procesos. Destaca el papel que ha tenido Fundación Educativa Instituto Ecológico Barbacoas, de la Fundación Santo Domingo, con su enfoque medioambiental, que logró permear los hábitos y la cultura ambiental más allá de las aulas escolares.

Ella misma es egresada y ha visto a compañeros de su generación comprometidos con estos temas como Jair Gomez Sarabia, Olibertha Guerrero Morales, Merlis Torres Cardales o Lucía Ríos. Algunos de ellos aún hacen parte del grupo Comunidad y Ambiente, de la comunidad de Santa Ana.

“Desde los tres años ingresé al colegio. Hice parte de distintos grupos, hacíamos salidas pedagógicas y recibíamos mucha formación en cuidado y protección del medio ambiente y los ecosistemas”.
Como ellos, están despuntando más iniciativas alrededor de la riqueza natural: recorridos para avistamiento de aves, rutas ecoturísticas y reciclaje. Estas conllevan además un componente de ingresos económicos para los santaneros, lo que los hace un poco más partícipes del flujo que genera el turismo en Barú.

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La Barulera

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